Verónica Coello Moreira

Hace pocos días conversaba con adolescentes de 16 y 17 años, les mencionaba que ya pueden votar, aunque no es obligatorio aún. Al preguntarles si tenían pensado acercarse a las urnas, casi todos asintieron, pero cuando pregunté por quién, llegó la diversidad de opiniones. Hubo un sinfín de respuestas, pero dos me sorprendieron.

La primera fue de un chico de 17 años, quien dijo con sorna: “Votaré por el que le vaya peor en las encuestas, ese por el que solo votarán su familia y yo. Estoy seguro de que luego vendrá a mi casa a invitarme una pizza en agradecimiento”. La segunda vino de una chica de 16 años: “Hay que votar por el candidato de nuestra misma clase social, solo él podrá resolver nuestros problemas…”.

A causa de esto, me quedé pensando que así como ellos habrá votantes que elegirán su candidato/a bajo los más diversos criterios, primando la emoción sobre la razón.

Por este motivo, es necesario recordar que nuestro voto es el boleto de salida a una realidad que lleva diez años y que arrastra un lastre de corrupción bastante público. Es importante analizar las propuestas electorales ya que en este momento, al igual que el genio de la lámpara, todos ofrecen cumplir nuestros deseos. Debemos ver más allá, revisar su historial, alianzas y trabajos realizados con anterioridad, para tener una proyección de lo que realmente pueden cumplir.

La falta de memoria política es el gran verdugo que nos castiga constantemente. La capacidad de olvido y una dosis importante de apatía producto del desencanto hacen que muy pocas personas revisen planes de gobierno, escuchen entrevistas políticas o analicen las consecuencias de leyes aprobadas casi en un pestañeo dentro de la Asamblea Nacional. Mantenemos la indolencia latinoamericana, seguimos con la filosofía de que mientras no nos afecte directamente, no es nuestro problema. Delegamos todo a los políticos, pero olvidamos que nosotros los elegimos y pagamos su sueldo. Basta de poner todo en manos de otros, tengamos presente que somos dueños de nuestro destino, así que seamos responsables y hagamos nuestra parte.

Ahora bien, todo ecuatoriano está en la libertad de ejercer su derecho a candidatizarse, pero nosotros (el pueblo) tenemos la voluntad para elegirlos o no. El país necesita un giro en positivo y una forma de generarlo es empezar a trabajar desde el frente donde nos encontremos. Hablemos con nuestros hijos de política, no confiemos en que el colegio les enseñará, recordemos que el criterio se forma en casa. Dejemos de quejarnos de los defectos humanos del político y hurguemos en su trabajo, propuestas y viabilidad de sus proyectos, consideremos que no buscamos un amigo nuevo, sino un o una estadista. Desechemos los prejuicios y enfoquémonos en qué área es la que quisiéramos que la nueva autoridad trabaje, para salir de una década donde lo “ganado” se quedó en el bolsillo de unos pocos, mientras el desempleo campea.

Finalmente, recordemos que tenemos la responsabilidad de escoger nuevos representantes. El voto es el boleto. El destino lo elegimos en las urnas.

(O)