Las cortinas de humo son muy útiles en las batallas. Su uso está respaldado por una experiencia milenaria. Seguramente eso es lo que consideraron en el cuarto de guerra de Carondelet cuando decidieron lanzar no solo el humo, sino los cañonazos hacia el otro lado de la Plaza Grande. Confiados en las pistas que indican que allí hay mucha ropa tendida, se lanzaron directamente a la yugular del alcalde. No apuntaron a un funcionario de bajo nivel, sino hacia el punto más alto de la cúpula municipal. En realidad no tuvieron que buscar a un funcionario, sino a quien sin serlo contaba con toda la confianza del alcalde. De las evidencias presentadas, queda claro que era el principal operador político, el que tenía las capacidades para forjar acuerdos y contaba con las facultades –otorgadas informalmente, pues no había contrato o nombramiento de por medio– para actuar en nombre de la máxima autoridad municipal. Siendo el hombre fuerte ofrecía el flanco más débil.

Una primera pregunta que surge, antes de entrar en culpabilidades o inocencias, es sobre las razones que llevaron al Gobierno a escoger un objetivo tan alto y que hasta ahora le ha sido sumamente útil. Amarrado por su restringida comprensión de la ciudad y del desarrollo urbano, después de más de dos años el alcalde no puede mostrar otras obras que las heredadas de la administración anterior. Huérfano de una visión política que le permita entender el peso y la dimensión de la capital en el escenario nacional, se ha limitado a hacer buena letra frente a su vecino del otro lado de la plaza. Nada mejor para un gobierno que no reconoce ámbitos ni jurisdicciones. Era el socio ideal, el que no protestaba por las agresiones a Quito ni decía una palabra acerca de las leyes que afectaban a los habitantes de la ciudad. Debió ser muy grande el temor en el cuarto de guerra para que decidan sacrificarlo.

Pero lo que al parecer no consideraron quienes lanzaron el humo es el riesgo de asfixiarse cuando el viento sople en contra o, peor aún, cuando haya remolinos que vayan y vengan en todos los sentidos. Este es un momento de turbulencias corruptas, de manera que mal hace el Gobierno en confiarse en la actual dirección de los aires quiteños. Es verdad que el alcalde le dio invalorable ayuda con su injustificable viaje a Washington (que deberá explicar al Concejo y al país). Pero la verdad del asunto es que el espeso humo no es suficiente para esconder todos los tentáculos de la corrupción. Por el contrario, lo que se ve entre la humareda es que en torno a esa hoguera danzó –y sigue danzando– mucha gente y que las redes se movían a sus anchas en ambos costados de la Plaza Grande. Con paciencia hay que esperar hasta el 20 de enero, cuando llegue el viento que despejará los malos y asfixiantes humos y dirá finalmente quiénes fueron los que se entendieron con la empresa brasileña. (O)