Hace diez años un hombre revolucionó nuestras vidas. Era Steve Jobs.

El 9 de enero de 2007, Jobs presentaba a su público y al planeta entero el primer iPhone. Fue sin duda un evento importantísimo para muchos socialistas ecuatorianos y de todo el mundo que adquirieron de inmediato el novedoso teléfono diseñado en California y fabricado en China para transmitir con más eficiencia que nunca sus mensajes anticapitalistas. Solo una semana después, el 15 de enero, otro hombre que se autodenominaba revolucionario asumía la Presidencia del Ecuador.

En medio de tantas noticias de corrupción y escándalos que embarran al Gobierno ecuatoriano me encontré con esta noticia de la presentación del primer iPhone. Y fue inevitable hacer la comparación entre aquellos verdaderos revolucionarios que han cambiado el mundo desde el campo privado logrando avances sorprendentes y esos otros que desde la política les encanta hablar de revolución y autoproclamarse grandes revolucionarios logrando enormes retrocesos en sus países. Fue inevitable comparar el impacto opuesto que en estos diez años han tenido las acciones de los unos y los otros en nuestras vidas.

Mientras el iPhone ha revolucionado en esta década la forma como nos comunicamos, ha generado incontables nuevos empleos alrededor del mundo y ha abierto la puerta a grandes avances tecnológicos y nuevas aplicaciones, los dizque revolucionarios de nuestra región solo han logrado empobrecer a los países que gobiernan. Los verdaderos revolucionarios logran desde el campo privado innovaciones y cambios que benefician a millones de personas. Y lo hacen, casi siempre, en sociedades libres, abiertas, donde se fomenta, no se persigue, la iniciativa privada.

Hace diez años no existían muchas de las empresas que hoy facilitan nuestras vidas. No existían Airbnb, Uber, Snapchat, Instagram o WhatsApp. Twitter tenía menos de un año de existencia. No es coincidencia que todas estas compañías se fundaron en Estados Unidos. Nacieron en un país donde se celebran la iniciativa privada, la creación de riqueza, el éxito de los innovadores.

Hoy, socialista local que se respeta, tuitea contra el capitalismo desde su iPhone, y comparte por Instagram y WhatsApp las fotos junto con sus amigos con camisetas verde flex. No entienden que todos esos avances tecnológicos que ellos disfrutan se dan con políticas contrarias a las que ellos promueven, con más libertad, menos intromisión del Estado, menos trabas al empresario. Acá nuestro dizque revolucionario cree que despilfarrando millones de dólares para fundar Yachay tendremos mágicamente nuestro Silicon Valley criollo. No comprende que los innovadores huyen de gobiernos metiches como el nuestro y se instalan donde pueden respirar aires libres.

En diez años se puede lograr mucho. Y se puede destruir mucho también. Apple presentó un dispositivo que en esta década ha impulsado avances impresionantes y ha generado incontables oportunidades para emprendedores en todo el mundo. Steve Jobs tuvo la suerte de vivir en una sociedad libre. Tuvo la suerte de no nacer en un país donde se frenan las iniciativas de los verdaderos revolucionarios.

Steve Jobs invitaba a través del eslogan de Apple a pensar diferente. Nuestros socialistas continuarán su misión de imponernos su pensamiento, mientras clavan la mirada en el Instagram de su flamante iPhone. (O)