Mi lectura del artículo ‘Matar al padre’, escrito por Cristina Vera Mendiu y publicado en el portal GKillCity la semana pasada, relanzó en mí una pregunta que me planteé hace algún tiempo: ¿Por qué el Ecuador es –probablemente– el único país de habla castellana donde la palabra que designa en el habla ordinaria al órgano viril se utiliza para calificar aquello que no tiene ningún valor? La convergencia de sentido entre expresiones callejeras como “vales v…”, “cara de v…”, “ándate a la casa de la v…”, “esto es una v…” y otras, lo prueba. Mi hipótesis es que esto es efecto de una desestimación generalizada del valor del padre, entendido como función y no como progenitor, en esta sociedad ecuatoriana supuestamente patriarcal y falocéntrica, e inequívocamente machista.

Desde la antigüedad, el término “falo” apuntaba a la noción de poder y superioridad detentada por los varones y representada por su órgano genital. Con el psicoanálisis aparece, primero con Freud, la noción del “falo imaginario” ligada al pene como el órgano en el que los niños representan inicialmente la diferencia sexual en términos de “tenerlo o no tenerlo”, y la ilusión momentánea de supuesta superioridad que connota su posesión en la edad infantil. Con posterioridad, Lacan introduce el concepto del “falo simbólico” para designar el significante (ya no el órgano anatómico) del “padre simbólico”, que organiza la lógica del lenguaje, del pensamiento y del inconsciente, que representa la función del padre (no del papá) como aquello que introduce la Ley (prohibición del incesto) en todos nosotros, que nos separa de la fusión con la madre, y que nos inscribe en la sexuación, en la falta y en las leyes y códigos de la sociedad y la cultura mediante nuestra sujeción al lenguaje. El padre simbólico no es una persona sino una función representada por quienes la cumplen para cada niño, incluyendo su papá cuando hace de padre.

Nadie “es” el padre simbólico, solo se actúa en su nombre. La expresión “matar al padre”, usada por Cristina Vera Mendiu, alude a la muerte simbólica: al proceso de asumir que todos (hombres y mujeres) estamos castrados simbólicamente, es decir, sujetos a la ley e inscritos en el lenguaje, incluyendo quien haga de padre para cualquier sujeto. En el artículo de Cristina, la expresión indica que cualquier candidato a la Presidencia debe estar dispuesto a castrar simbólicamente a su mentor o preceptor político, es decir, a reconocer su falibilidad y a distanciarse de él si es necesario, para gobernar apropiadamente. Si no lo hace, ratificará el rasgo general de nuestra vida política y social: mantenernos sometidos a la lógica arbitraria y caprichosa de la función materna, para perpetuar el matriarcado como esa característica fundamental de nuestra sociedad, donde el patriarcado es un mito caduco, el falocentrismo es apenas imaginario, y el hijo varón aparentemente fuerte, gritón y macho, en realidad es “el hijito de su mami”. Porque en este país, la función paterna y el falo simbólico “valen v…” para la mayoría y para los políticos: aquí cualquiera cree “ser” el padre simbólico.

Nota: Escribí “v…” para no ofender el pudor de la Supercom & Cordicom, guardianes de la moral, las buenas costumbres y el falicismo imaginario de los ecuatorianos. (O)