Ha causado indignación, según se me ha dicho, que cierta de las candidaturas políticas anunciara la necesidad de volver a instaurar la pena de muerte en nuestro país, creyendo con esto que se terminarán los delitos, cuando las estadísticas mundiales están cansadas de señalar lo contrario.

Hace muchos años se llegó a discutir en el cuerpo legislativo el mismo tema de la pena de muerte. Un diputado la había propuesto y no faltó un mentecato solemne que lo apoyara. Frente a ellos, se alzó la figura de ese prohombre guayaquileño de la medicina, el doctor Abel Gilbert Pontón, quien con voz clara y gesto admonitivo lanzó la célebre frase: En vez de levantar los negros patíbulos edifiquemos las blancas escuelas. Entonces el Ecuador acababa de salir de una dictadura. Bien es verdad que los dictadores ordenan y mandan solamente, y se diferencian de los tiranos que estos ordenan, mandan, persiguen y matan; de allí que no hay que confundirlos. “Enantes”, como aún dicen los montuvios, los tiranos mataban con fusiles, así murieron en el siglo XIX el héroe Luis Vargas Torres, el general Manuel Tomás Maldonado, el doctor Santiago N. Viola, los 27 revolucionarios urbinistas en aguas del golfo de Jambelí, etcétera. Ahora, en el siglo XXI, el mundo se ha civilizado, ya no se usan fusiles en esta parte de América para matar gente, se lo hace a través de persecuciones judiciales que igualmente arruinan vidas de inocentes; pero si encima de esto se quiere aplicar la pena de muerte como en la Cuba de principios de los sesenta con los paredones, y en el Chile de Pinochet, estamos perdidos.(O)

Rodolfo Pérez Pimentel,
Guayaquil