El Parlamento venezolano, de mayoría opositora, declaró este lunes al presidente Nicolás Maduro en “abandono del cargo”. Cuando uno lee esto, se imagina que el abandono se configura cuando existe distancia física entre el mandatario y su despacho; o al menos, cuando estando presente en el mismo, no realiza los actos administrativos o de poder a los que su cargo lo obliga.

Ninguno de los dos es el caso de Maduro, quien mediático como es, no solo que ejerce la potestad de su poder, sino que se pasea por el mundo haciendo alarde de los logros de su revolución.

Entonces para ilustrar el criterio, debemos recordar que esta mayoría opositora realmente ha optado por hacer una interpretación –desde mi particular opinión bastante forzada– de la Constitución de ese país, haciendo un símil entre el abandono “físico” del cargo y el incorrecto ejercicio de los deberes del gobernante, lo que según su análisis equivale a haber abandonado su cargo.

Es cierto que la Constitución faculta a la Asamblea Nacional a declarar el “abandono” del primer mandatario, sin especificar los supuestos en los que este pudiera incurrir; pero de ahí a una interpretación como la que se está haciendo, francamente me preocupa.

La única justificación que encuentro para este tipo de actuaciones es la desesperación de la cual están presos los venezolanos hace algunos meses, al ver que  cada decisión de la Asamblea ha encontrado impedimentos para su ejecución en un Tribunal Supremo de Justicia y un Tribunal Electoral que sirven sin ruborizarse a Maduro y su séquito. Justamente por ello, no tendríamos por qué pensar que esta decisión será la excepción.

Honestamente me cuesta mirar las noticias y no sentir indignación por lo que sucede en Venezuela. Crisis alimentaria, crisis hospitalaria, inflación de tres cifras, éxodo masivo de familias, niveles de criminalidad altísimos y una serie de elementos que han puesto a ese país en una situación insostenible.

A ello se suma la corrupción a todo nivel y un debilitamiento institucional que han generado retraso en la capacidad de reacción de los actores sociales y políticos.

Obviamente se entiende que el actual régimen no quiera abandonar el poder, pues se sabe culpable de situaciones irregulares en estos muchos años de revolución chavista.

De continuar la postura de Maduro y el bloqueo del resto de poderes del Estado, será inevitable que las decisiones que está tomando la actual Asamblea deban una vez más defenderse en las calles, con el precio que ello signifique, para quienes a estas alturas ya han soportado bastante.

Con un ejemplo tan duro como este, los demás debemos realmente reflexionar sobre el daño que hace a nuestra América el descaro de ciertos gobernantes que se creen eternos y perfectos, al punto de no darse cuenta de que su presencia es realmente el más grave de los problemas de sus naciones.

Dios guarde al pueblo venezolano. Los días que se le vienen son muy complicados y de pronóstico reservado. Solo podemos seguir haciendo oración con el corazón en Venezuela. (O)