Empezar un nuevo año cuesta, una cierta incertidumbre y desasosiego nos invaden, queremos ser optimistas a como dé lugar, pero es difícil tomando en cuenta lo duro que fue el anterior. Sin embargo, siempre es un buen momento para agradecer a este Diario que me da este espacio y respeta mis opiniones, y a mis lectores. A todas las personas que solo me conocen a través de esta columna y cada quince días me regalan su tiempo, a aquellos que tienen la amabilidad de escribirme un mensaje que me anima y me da fuerzas para seguir escribiendo; a esos otros que lo hacen para mandarme al diablo, pero igual me dan su tiempo, les agradezco de todo corazón.

Quiero hacer un balance objetivo del año que terminó, pero me cuesta. Es difícil hacerlo porque para que las cifras no descuadren, primero debo hacer un inventario, contar los logros y los sueños, sumar las risas, las buenas lecturas, los abrazos y el centenario de mi madre, restar las lágrimas y las iras y la impotencia de todo el tiempo perdido haciendo trámites, pagando multas y leyendo regulaciones absurdas, para que alguna utilidad me deje el 2016.

Me cuesta hacer un balance porque fue un año de ausencias, de despedidas y de una profunda soledad. Fue un año en el que de pronto, sin aviso y a la mala, le tocó a mi corazón aprender de geografía, aprender que existe un norte y un sur, un cerca y un lejos, un aquí y muchas ausencias. Y así, de pronto sin aviso y a la mala, le tocó a mi corazón aprender de matemáticas, aprender a dividir y a dividirse, a sumar lejanías y restar abrazos. Y así, de pronto sin aviso y a la mala, le tocó a mi corazón aprender lo que es la vida. Finalmente parece que aprendió que el tiempo pasa, que los hijos crecen, que los adioses duelen y que el alma también se arruga.

Pero también fue un año de reencuentros y perdones, de despertar esperanzas dormidas y volver a trabajar con ganas, con fuerza; de volver a luchar por el libro y la cultura en los que creo. Un año de sentirme imparable y de lograr, para bien o para mal, que tanto escándalo, sinvergüencería y podredumbre no me detengan, ni me entristezcan. Lo que no pude evitar fue la indignación, y esa sí me puede hacer tambalear y arrojar cifras en rojo.

En fin, lograré cuadrar mi balance porque creo que este país se merece que la gente como usted, como yo, como muchos que somos decentes y honrados, sigamos trabajando a brazo partido sin que la politiquería nos dañe el genio, sin que la campaña electoral que se avecina nos amargue el ánimo. No todo es política, siempre podemos reír en lugar de llorar, tolerar en lugar de insultar, debatir y pensar en lugar de atacar. Porque solo gracias al respeto que tengamos por la gente nuestro balance será positivo.

A todos mis queridos lectores, un abrazo entrañable, un feliz 2017, lleno de salud, risas y lecturas interesantes. (O)