Quien no se pregunta por aquello que escapa de nuestro entorno real, incluso por esas dimensiones que no somos capaces de observar, a simple vista o con sofisticados instrumentos, padece de una seria limitación para comprender el sentido de la vida. Pensar en el tamaño del universo y compararlo con el de nuestra existencia debería ser algo que nos empuje a proceder con sensatez y humildad, porque esa escala nos da la pauta de lo que en verdad somos. Curiosamente, hoy estas interrogaciones no las hace la filosofía, sino la física teórica que indaga, en definitiva, por el comienzo y el final del universo.

La mentalidad científica está impedida de creer que existan verdades absolutas. Si se venía sosteniendo que el espacio era infinito, recientes estudios parecen indicar un hecho sorprendente: el universo sí tiene un límite, definido por lo que podemos ver y por lo que nunca veremos más allá de nuestra Vía Láctea y de los grupos de otras galaxias. Más acá de esa especie de muro, el universo es transparente; más allá, la luz no se mueve y por tanto es opaco y no podemos mirarlo. Solo hasta allí nos es permitido ver. Y más allá hay más muros: uno, el Big Bang, y otro que oculta lo que causó el Big Bang.

Ni los mismos científicos entienden todo. Hace 13.800 millones de años la luz estaba como atascada porque el universo era tan denso que ni la luz podía atravesarlo; el Big Bang fue el acontecimiento que puso en movimiento la luz. Todavía no podemos ver lo que pasó antes de ese momento. Por eso el 95% del universo nos es desconocido: lo invisible es muchísimo más que lo visible. Sin embargo, cada uno de nosotros, en la Tierra, es el centro del universo porque desde aquí lo miramos: el universo visible es una gigantesca esfera que rodea la Tierra y que incluye todos los pasados que llegan con la luz.

Christophe Galfard es un físico teórico de origen francés que se formó en Cambridge bajo la tutela de Stephen Hawking, y escribió El universo en tu mano: un viaje extraordinario a los límites del tiempo y el espacio (Barcelona, Blackie Books, 2016), considerado en Francia como el mejor libro científico de 2015, aparte de ser un superéxito de ventas en Europa y Estados Unidos. Este texto es un esfuerzo por divulgar los descubrimientos de la física –la mecánica clásica y la cuántica– con el estilo de un escritor preocupado por el punto de vista del relato, por la exposición e incluso por el suspenso.

Recientemente entrevistado, Galfard dijo: “No hay muchas cosas en las que podamos depositar nuestra confianza. Estamos rodeados de falsas verdades. Nadie reconoce sus errores. Pero el método científico es distinto. Hay una idea de verdad, aunque no eterna. Los errores se reconocen. Hay científicos que hacen las cosas mal, pero la ciencia en general da esperanza y algo en que confiar”. No hay que descuidar los hallazgos que propician la renovación de nuestro pensar, como el de que la gravedad no es una fuerza, sino un tejido por el que se deslizan los objetos: el vacío también es algo. (O)