“¿Quién no es egoísta? ¿Quién no es un cerdo egoísta? Yo no me salvo. Peor aún, no quiero salvarme, aunque juego a que sí, a que me estoy salvando, a que podría salvar a otros. Eso sí es egoísmo”. (Rafael Gumucio, en el cuento ‘La novela’. Antología Relatos y resacas (Planeta, 1997).

En estas fechas que en su supuesto deberían promover la unión, la tolerancia, tiempos de paz y amor, me doy cuenta de que me he vuelto un cerdo egoísta, más bien un insensible, o tal vez muy incrédulo.

No le creo a la mayoría de los candidatos con sus promesas de última hora y sus ojitos llenos de ambición.

No le creo a este gobierno que piensa que todavía puede convencerme con cadenas y eslóganes. Tanta falta de autocrítica me agotó. En un momento tuvo una propuesta interesante, pero se les fue de las manos por su ambición, por el insaciable deseo de control, por su tozudez al tratar de imponer una idea de la verdad con mucho odio y poca tolerancia al que piensa diferente.

No le creo a las cadenas en WahtsApp, menos a los mesías digitales y odio las manitos unidas.

Sé que el problema soy yo. Lo dije al inicio. Me he vuelto desconfiado e indolente.

Las redes me ayudaron a eso, de pronto esta realidad que camina de forma paralela invade el tiempo y la cabeza, porque va más rápido que uno, o que lo que uno quisiera. Las noticias se suceden una a otra velozmente, y no hay tiempo para estacionarse. Es como esas imágenes donde se ve a una persona en un río saltando de tronco en tronco para salvarse y no caer al agua, porque hundirse es peligroso. ¿No es lo mismo que pasa en las redes? ¿Pareciera que se evita el riesgo de caer en las profundidades de los temas tratados? Es más importante estar al tanto de cómo murió George Michael que seguir dándole a la crisis de refugiados.

Entonces, uno cree que sabe de mucho, pero no está tan seguro de lo que sabe y pareciera que no importa tanto tampoco.

Finalmente, no pasa de la cabeza y termino sintiéndome un cerdo insensible.

Creo que se piensa en estas cosas cuando llega el fin del año y se hace el balance tradicional, cuando se mira para atrás.

El 2016 ha sido vertiginoso y duro, con una realidad internacional marcada por el terrorismo, guerras y cambios inesperados.

En lo nacional, casi lo mismo de lo mismo, unos con más crisis y otros que dicen que no hay crisis, eso sí con una gran excepción, el terremoto de abril, ese que nos partió y luego nos unió, ese sacudón que nos despertó y nos sacó de las redes sociales para estar juntos en la calle. Ahí todos dejamos de ser cerdos egoístas. Por unos momentos al menos.

Esa experiencia fue mi lección para el 2017: abrir más los ojos a lo que pasa en el barrio que en el timeline, volver a creer y a estar, con los que tenemos que estar, cuando tenemos que estar. Feliz año. (O)

¿No es lo mismo que pasa en las redes? ¿Pareciera que se evita el riesgo de caer en las profundidades de los temas tratados? Entonces, uno cree que sabe de mucho, pero no está tan seguro de lo que sabe y pareciera que no importa tanto tampoco.