No recuerdo con exactitud la edad que tenía cuando mis padres me obsequiaron un manojo de raíces torcidas cuya utilidad ignoraba. Siguiendo los consejos paternos, lo planté en un rincón de nuestro jardín, olvidé por completo el asunto. Al llegar la primavera aquellas feas raíces dieron a luz a un tallo minúsculo, orgulloso de ostentar una cuantas hojitas. Días, meses, años pasaron, abandoné mi ropa de chiquillo para vestir pantalones, mi árbol, al llegar cada primavera, se cubría de flores rosadas que iban cayendo en silencio cuando arreciaba el viento. Aparecieron las primeras cerezas, el árbol medía más de cinco metros. Con mis amigos del barrio lo desvalijábamos con entusiasmo. Me tomaron fotos en negro y blanco cuando posé allí para la tradicional primera comunión.

Mis padres me mandaron por dos años en un colegio religioso en el sur de Francia. Cuando volví a casa no reconocí a mi cerezo. El jardinero del vecindario opinó que sufría una enfermedad que ya no se podría curar. El micelio de unos hongos había producido manchas de color gris sobre el cerezo, tallos, hojas y frutas, originando podredumbre. Grabé en su tronco dos corazones entrelazados, porque la muerte del árbol aquel coincidió con la de mi primer amor. Con la torpeza de nuestra inexperiencia creímos alcanzar la gloria, tocar el cielo con nuestras manos, creando palabras absurdas y maravillosas, verbos delirantes, jugando con luces y colores, cenando con vino y velas, gastando la vida a manos llenas, adoptando un árbol en una playa cualquiera, perdiéndonos a orillas del mar, comiendo chocolate, besándonos a la vez.

Cometí torpeza sin maldad, fui imprudente inconsciente, envejecí mucho, mas me quedé con las mismas preguntas. Supongo que existen hongos misteriosos que van pudriendo el alma, la vida se encarga de dar los hachazos para luego prender fogatas. Cuando veo por las calles a unas personas limitadas por algún problema físico o psicológico, sé que disponemos de medios para devolverles una vida activa, pero me pregunto por qué no existen prótesis para las almas mutiladas, esparadrapo de color carne para ocultar moretones. Sé que existen sentimientos tan fuertes que ni la muerte puede con ellos. Creo que en determinados momentos nos inventamos una eternidad invencible, desafiando a los mismos dioses, tomando como testigo al cielo entero. Supongo que se debe a la tormenta de tan intensos latidos. Una pareja son dos en uno, mas cuando desaparece el uno, la ausencia se apodera del otro en todo lo que mira, siente, prueba, escucha. La ausencia del ser amado es el hongo letal que blanquea nuestros cabellos, surca nuestra frente con arrugas de perplejidad. El sufrimiento intolerable corta de raíces las ganas de vivir. Muchas veces se van juntos los amantes, los de Sumpa, los de Teruel, Tristán e Isolda, Romeo y Julieta. Quien se queda solo y sigue amando nunca puede colmar el irreparable vacío “de l áube claire jusqu´à la fin du jour” (desde el alba clara hasta el fin del día). Más de veinte mil personas acudieron al sepelio de Bonnie y Clyde. Se puede morir de amor, hasta los perros lo saben. (O)