“What is a lepo?”. ¿Qué es un “lepo”? La pregunta inundó las redes sociales en los Estados Unidos de Norteamérica hace dos o tres meses, después de algún debate presidencial entre Clinton y Trump. Una buena parte de la población norteamericana jamás había oído hablar de Alepo y no entendió la discusión de los candidatos. Habitualmente atribuimos al pueblo estadounidense desinterés e ignorancia acerca del resto del mundo, pero los ecuatorianos no somos muy diferentes. El horror que queda en el otro lado del planeta no nos concierne, lo cual no es muy sorprendente si consideramos que los horrores que ocurren en nuestro propio país tampoco nos interesan demasiado, a menos que nos afecten personalmente. Además, estamos muy ocupados con las compras navideñas, las quejas contra el Gobierno y la incertidumbre por las próximas elecciones, aunque no esperemos nada de ningún candidato. “Alepo” es apenas una noticia internacional carente de novedad, excepto cuando aparece la fotografía de un niño ensangrentado.

Alepo simboliza lo peor de la condición humana del siglo XXI: cinismo, indiferencia, interés monetario, comercio, armamentismo, crueldad, fanatismo, adoración del poder... Devastada por una guerra que se libra en sus calles desde hace cuatro años, Alepo es la puesta en acto de la perversión propia de cualquier personaje, dinastía familiar o genealogía política que pretenda prolongarse indefinidamente en el poder de cualquier país o nación. Alepo representa los juegos de poder que juegan las potencias mundiales mediante títeres y siempre fuera de sus fronteras, con absoluta indiferencia hacia el destino de las poblaciones afectadas. Juegos abyectos que desnudan la incompetencia de las Naciones Unidas y de la diplomacia internacional, más eficaces para pronunciar declaraciones insulsas desde otro continente que para discurrir y ejecutar acciones que detengan las matanzas. Alepo testimonia la dicotomía simplista que usamos habitualmente para sentirnos “buenos” y para “entender” aquello de lo que no tenemos la menor idea: como una batalla entre buenos y malos, patriotas y traidores, víctimas y victimarios, cristianos y musulmanes, ricos y pobres, comunistas y anticomunistas…

En Alepo no tiene sentido tomar partido por algún bando, excepto por el de los niños, los únicos que son solamente víctimas de un apocalipsis que no pueden comprender. Los héroes de esta tragedia, aparte de los socorristas, los voluntarios de paz y los médicos sin fronteras. ¿Qué sentido tienen los discursos de los jefes de Estado y los análisis de los intelectuales para esos niños bombardeados y mutilados? ¿Acaso se puede hablar del “progreso de la humanidad” mientras perfeccionamos los instrumentos para ejercer las acciones más inhumanas contra nuestros semejantes? ¿Para qué emitir declaraciones cancillerescas altisonantes a favor o en contra de la dinastía de los Al-Asad cuando ni siquiera tenemos un acuerdo entre ecuatorianos para un proyecto de país? Alepo es un nuevo capítulo de ese rasgo propio de nuestra especie, que produce cada cierto tiempo y en sitios lejanos a las grandes potencias las periódicas masacres que demandan los amos del planeta, aquellos que organizan las conversaciones de paz por la derecha y venden sus armas por la izquierda. Alepo encarna la gran hipocresía mundial, la que canta Noche de paz y aún no sabe qué es un “lepo”.(O)