Festejar Navidad es celebración de alegría. Los creyentes celebramos al único hombre perfecto, al que asumió en su persona infinita todas las posibilidades y formas de ser humano.

La serenidad del tiempo navideño es propicia para que creyentes y personas de buena voluntad redescubramos en qué medida las palabras, con las que nos comunicamos, mantienen su contenido original. Gastadas por un uso ligero y caprichoso, el significado primigenio de algunas ha ido muriendo. Celebrar Navidad es también revitalizar el significado primigenio de las palabras. Limito esta reflexión a tres palabras:

Amor. Amor es ante todo dar. Ser feliz, haciendo feliz. Acercarse a la persona amada y ser solidarios con ella. En la Biblia Dios nos habla por medio de imágenes, con comparaciones, con acciones; excepcionalmente, también con definiciones: “Dios es amor” (1, Juan 4,5).

“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Unigénito para que tenga vida eterna y no perezca ninguno de los que creen en Él” (Juan 3,16). Jesús tomó nuestras dolencias y cargó nuestras enfermedades (Mateo 8,17). Navidad es la fiesta del amor de Dios.

Libertad. La libertad es valor humano, que está en el mismo nivel del amor a Dios, que es amor. Libertad es elegir y decidir sin coacción interna ni externa (amenazas-regalos) lo que la persona juzga está de acuerdo a la identidad, a la realización y al crecimiento de la persona y de los miembros de la sociedad. Se requiere libertad de información para decidir racionalmente. En el Apocalipsis (3,20) Dios dice “Estoy a la puerta y llamo; si oyes mi voz y abres la puerta, entraré y cenaré contigo”. Dios, que es amor, no entra “pateando la puerta”. El amor propone, no impone. Hay diversas ofensas a libertad, desde las más brutales a las más disimuladas, como absorber unos medios de comunicación y obstaculizar otros. La blasfemia es la peor ofensa directa a Dios. La opresión de la libertad es la peor ofensa a la persona humana.

Responsabilidad. La responsabilidad reviste de humanidad la libertad; protege su objetivo personal y la diferencia de su caricatura, que es el capricho irracional. “Por la obediencia de uno muchos serán constituidos justos” (Romanos 5,9). ¿Libertad para qué? Para ser feliz, creciendo en su identidad.

Nadie tiene atribuciones para señalar el objetivo de las personas. Dios mismo no impone. El Estado puede, por el bien común, orientar las opciones, sin coartar la libertad de las personas. Lo individual y lo comunitario son interdependientes. Somos animales racionales. Como a animales, antes que la razón nos mueven los instintos; estos pueden ser “educados”. La educación no puede ser abandonada al instinto. Como animales racionales, podemos y debemos controlar los instintos; y orientados por la razón hacia un objetivo individual y comunitario.

Celebrar Navidad es aceptar la invitación a ponernos en el sendero de la vida, alentados por la promesa de Jesús: “Yo estaré con Ustedes”. También Jesús quiere sentarse a la mesa con nosotros, cumpliendo su promesa: Yo estaré con Ustedes. Nosotros le abrimos la puerta y cenamos con Él. (O)