Las notables crispaciones que generan los gobiernos diseñados sobre la confrontación y no el diálogo son, a la larga, la derrota colectiva. Ni el que impone ni el impuesto –que lo padece– consiguen desarrollar capacidades y, menos, futuro. Es un juego pérfido donde claramente el resultado es la suma cero. Todos pierden. Desbordados por una realidad económica que coincidió con unos agudos malestares políticos, lograron sostenerse por más de una década estos gobiernos que hicieron de la política sinónimo de confrontación y del diálogo, insultos y amenazas. Pasada la bonanza económica y con un erosionado poder, las cosas han comenzado a complicarse para muchos de ellos.

Brasil soporta la caída de uno de sus íconos: Lula, que ahora debe enfrentar su cuarto proceso por corrupción. Esta vez ha sido el empresario más rico de América Latina el que lo acusa de solicitar dádivas para el desarrollo de su fundación.

Brasil soporta la caída de uno de sus íconos: Lula, que ahora debe enfrentar su cuarto proceso por corrupción. Esta vez ha sido el empresario más rico de América Latina el que lo acusa de solicitar dádivas para el desarrollo de su fundación. Cada vez que lo arrinconan, el exsindicalista y dos veces presidente de su país amenaza con volver a presentarse a las elecciones negando con ello la realidad que lo acorrala y amenaza con terminarlo en la cárcel. La nostalgia de los hechos pasados y de los buenos tiempos no es suficiente para sostener un país desmoralizado, pero que tiene en su justicia una forma de redención. Evo Morales no puede entender el cansancio de su pueblo a largos periodos en el poder y pasó por un referéndum donde escuchó lo que nunca hubiera querido oír: “no te queremos más”. Ahora, como no asumiendo la realidad, vuelve a amenazar con un cuarto periodo a pesar de todas las limitaciones legales que se le interpusieron. Venezuela es un caso patético. No contento con arruinar la vida de millones, Maduro ha prohibido el paso de sus compatriotas a territorio colombiano en busca de productos básicos y tuvo que dar marcha atrás en el rescate de un billete cuyo valor es cada vez más simbólico.

Nadie, en estos gobiernos que hicieron de la confrontación su dogma, desea el diálogo a pesar de que incluso lo patrocine el propio pontífice de la Iglesia católica. Para ellos el poder se sintetiza en tomarlo todo sin compartir nada con nadie. Eso para ellos es debilidad y no admisión de la realidad. Se tensa, se confronta y se persigue. Es una dictadura con máscaras de democracia formal de la que se evade cada vez que la norma no les conviene. Son incapaces de ver sus límites y menos de admitirlos. Viven aislados en una irrealidad que vuelve aún más intolerante la relación social y fuerza a salidas cada vez más violentas. No les importa el mundo y están dispuestos a exponer sus miserias y limitaciones en foros de este tipo, como la escena protagonizada por la canciller venezolana en la cumbre del Mercosur en Buenos Aires. Veremos cada vez más hechos de este tipo y la sensación instalada de que todos pierden rodea a los optimistas, que esperan que esto acabe muy pronto, y a los pesimistas, que parecen perder fuerzas y se sienten desanimados.

Esta es una semana especial en el calendario de los cristianos pero tengo pocas esperanzas de que en los países con mayoría de esta denominación religiosa puedan darse espacios donde la tolerancia se imponga sobre el radicalismo y donde el diálogo acabe con la intemperancia y el agravio. Hasta ahora, en varios de estos países radicalizados el resultado es claramente la suma cero. (O)