Nunca me nombrarán para ese puesto, me dijo mi amigo reasegurador. Soy demasiado inteligente. En esas empresas prefieren ejecutivos que no sean brillantes porque tienen miedo de lo que puede hacer un hombre excepcional: grandes ganancias, pero también pérdidas enormes. Ellos prefieren beneficios constantes. –¿Prefieren a los mediocres? –No tanto, porque la mediocridad tiende un poco a malo. Mediano, sí. –¿Te acuerdas de Fulano? –Sí, era un hombre de gran visión. –Bueno, lo nombraron director general, obtuvo grandes ganancias en pocos meses, pero arriesgó mucho en el mercado de EE. UU. La empresa perdió mucho por el huracán Andrés que en 1992 asoló la Florida y causó la quiebra de muchas empresas del sector asegurador. Lo renunciaron. Mi interlocutor era un suizo-italiano simpático e ingenioso. Efectivamente, no lo nombraron y tuvo que retirarse en pocos años, con una excelente jubilación.

Cuando una persona se cree muy inteligente y tiene poder, puede desarrollar una megalomanía fatal. Estos individuos fácilmente son conflictivos y quisquillosos porque no toleran que les desobedezcan. Tildan de mediocre a cualquier opositor. Desarrollan un apetito voraz por la adulación y no pueden entender que alguien no esté de acuerdo con ellos. Y si ese alguien lo saluda con una yuca, lo mete preso por el delito de atentar contra la majestad del poder. Su majestad también se cree invulnerable, un verdadero Superman. Donde hay un conflicto, allí va él para resolverlo y si se trata de policías airados y bravos, no trepida en ofrecer el pecho para que le disparen. Algún día, cuando podamos escribir sin temor a juicios penales y represalias, diré lo que pienso de ese suceso.

Su majestad dice que no hay crisis económica. Debe ser verdad, pero pregunten a la gente. Su majestad dice que la deuda que contrae su gobierno a muy altas tasas de interés sí es deuda legítima. La que contrataron sus predecesores era ilegítima e inconveniente. Su majestad dispone que las cifras que maneja el Banco Central sean arregladas de manera que todo aparezca conveniente para el país. Su majestad ordena quiénes van a ser los candidatos al Parlamento, pero pretende que son seleccionados democráticamente. Es verdad, porque su majestad encarna la democracia. Quiere intervenir en la campaña electoral y ordena una consulta para un asunto que puede ser atendido con una simple reforma legal. Pero el erario gastará casi tres millones de dólares para complacer a su majestad. En estos diez años hemos visto tostar granizo. Hemos comprobado que su majestad tiene un inmenso poder. Por ejemplo, desbarató al que otrora fuera el gremio más belicoso del país: la UNE de los maestros. También hemos visto que su majestad metió la mano en las Fuerzas Armadas, en su cúpula de oficiales en servicio activo, sacando y poniendo generales a su antojo y según su conveniencia, que además atacó los fondos de los militares retirados y que puede acallar a cualquiera. Nadie se atreve.

La megalomanía puede desbaratar las instituciones de un país y cohonestar sus afanes en nombre del pueblo. “Déjala que se vaya y no la llames”, decía una lacrimosa canción. Ya faltan pocos meses. (O)