En el artículo de hoy les quería contar sobre un cuento de Truman Capote, escritor estadounidense del siglo XX, llamado A Christmas Memory (Un recuerdo navideño). Naturalmente es una perogrullada querer explicar la excusa de este artículo, considerando las fechas que se avecinan. Y bueno, si algún regalo puedo darles desde la lejanía de estas letras, es recomendarles vivamente la lectura de este cuento de apenas once páginas. Espero que el regalo esté a la altura de las circunstancias, ustedes dirán.

Antes de entrar de lleno en el cuento, quiero reconocer una de las principales virtudes de Capote: la explosión sensorial de sus descripciones. Desde la sensación de frío de los bosques congelados de diciembre, los colores turbios y naranjas de un sol al amanecer, pasando por los perfumados bosques de pino, la textura de las pasas y nueces, y el aroma de la vainilla inundando la cocina. Ya solo por esto vale la pena, pero aún falta hablar de Buddy, un niño de siete años, y la relación de auténtica amistad con su prima (“muy lejana”) de sesenta y algunos. Relación, les confieso, difícil de olvidar.

Un primer momento del cuento es cuando la prima se asoma a la ventana y concluye que ya es la “temporada de tartas de frutas”. Luego el lector se entera de que cada año ella y Buddy preparan alrededor de treinta cakes para sus amigos. Lo interesante, como leerán, es cómo consiguen el dinero. Es verdaderamente un esfuerzo anual: que va desde vender tarros de mermelada o recoger flores para matrimonios. Truman relata que para esa ocasión habían conseguido doce dólares, y da a entender que eso es lo que usualmente consiguen nuestros dos protagonistas. Es decir, para nada son gente acaudalada.

Y, ¿quiénes son sus amigos? Antes de ello, hay que decir que los dos viven junto a “otras personas, parientes”, y que ambos se consideran mejores amigos. Sus amigos muchas veces son esas personas, dice la prima, que han visto en contadas oportunidades. Tales como los jóvenes Wiston, una pareja de californianos a los que se les dañó el auto frente a su casa; o el señor Abner Packer, el conductor de un bus, que los saluda siempre al pasar. La destreza de Capote para mostrar la inocencia de ambos amigos no es gratis, pues logra traslucir la falta de afecto de sus parientes de la misma casa (salvo, la relación prima-Buddy), y mostrar, al mismo tiempo, el valor de las cosas sencillas, un saludo, una tarde de risas, que llegan irrefrenablemente al corazón de los dos. Esos son sus amigos y no esos “cohabitantes”. Es penoso el hecho mismo, aunque Truman lo expresa con mucha objetividad sin dar valoraciones, quizá haciendo silencio para que nosotros nos lo planteemos en nuestra situación.

Lo que realmente valoramos, parece decirnos Capote, considerando que el cuento se llama “Un recuerdo…”, son las personas y los momentos que hemos tenido con ellas. Sin ánimo de spoilear, el escritor nos cuenta otros momentos que apreció mucho Buddy. Toda la travesía por conseguir el árbol de Navidad, que incluye atravesar un río, y los regalos que se entregan por Navidad. Cometas. Escena memorable.

“Siempre había creído que para ver al Señor hacía falta que el cuerpo estuviese muy enfermo, agonizante”, dice la prima casi al final de la obra. Pero Capote como en un asalto esperanzador, desenvaina la espada, y cambia el parecer inicial de su protagonista, concluyendo: “Pero seguro que no es eso lo que suele suceder. Apuesto a que, cuando llega el final, la carne comprende que el Señor ya se ha mostrado. Que las cosas, tal como son –su mano traza un círculo, en un ademán que abarca nubes y cometas y pasto, y hasta a Queenie, que está escarbando la tierra en la que ha enterrado su hueso–, tal como siempre las has visto, eran verle a Él. En cuanto a ti, podría dejar este mundo con un día como hoy en la mirada”.(O)

Lo que realmente valoramos, parece decirnos Capote, considerando que el cuento se llama “Un recuerdo…”, son las personas y los momentos que hemos tenido con ellas.