Este artículo es la segunda parte de uno llamado “¿Para quién escribo?”, que apareció en esta columna hace tres años, el martes 19 de marzo de 2013. Además, agradezco y respondo la pregunta que un amable lector me hizo por mi escrito del domingo anterior.

Escribo para cuestionar los fundamentos de mis ideas, juicios, certezas, preguntas, creencias, prejuicios, afectos, dudas y ocurrencias en general, antes de considerarlas opiniones que merezcan publicación. Solamente si someto mis pensamientos a la lógica del paso por la escritura, puedo animarme a transmitirlas. Si no pasan la prueba, no las publico. Escribir trasciende el mero dicho: obliga a la confrontación con la responsabilidad subjetiva y conmina al rigor de la argumentación. Aun así, mis opiniones jamás serán verdades universales ni constituirán “la realidad efectiva”.

Escribo para interrogar los actos del poder político y de los poderes en general. Entiendo la oposición como interrogación, independientemente del gobierno de turno. El poder siempre podrá pagar suficientes escritores y propaganda para aplaudir o publicar sus acciones, y no necesita voces desafinadas como la mía para su orfeón. Me gustaría que más bien mi opinión animara a aquellos que no tienen voz, ni poder, ni columna, para que construyan su opinión y la expresen, sobre todo si ella no coincide con la mía ni con la del poder.

Escribo para desarticular el mito de la “objetividad”. Todos tenemos una moral, como discurso y posición acerca del bien y el mal. Pero prefiero la ética, entendida como responsabilidad por la propia subjetividad, es decir, por el hecho de que mi palabra está determinada por mi inconsciente y por mi deseo, inclusive si no tengo conciencia de ello. Por ejemplo, me parece irrelevante y contradice mi ética el que yo proponga a los lectores mis opiniones sobre Fidel Castro, si yo no he vivido de manera directa, suficiente y duradera los efectos de su gobierno. Pero supongo que eso no contradice la ética de otros.

Escribo para intentar perturbar la cómoda inercia, el bienestar apático y la irresponsable buena conciencia del público y de mí mismo. Pretendo introducir malestar donde solo hay “buen vivir”. Asumo que mayoritariamente la condición humana prefiere no sentirse responsable por lo que no anda bien en su sociedad, y culpa a otros o al Otro de cualquier poder. Intento que la gente se interrogue qué tiene que ver en aquello de lo que se queja, para pasar de la “queja histérica” a la responsabilidad subjetiva. Lo intento, aunque de antemano sea una batalla perdida: cada uno lee como quiere o como puede lo que escribo, si lo lee.

Ocasionalmente escribo para transmitir algún saber que le sirva al público para construir su propia opinión. Lo considero una parte de la responsabilidad de esta columna. Acepto sugerencias de temas, pero no escribo bajo pedido. Asumo que mi discurso siempre estará sesgado por mi subjetividad y por ello espero que los comentarios recibidos tengan firma de responsabilidad. Desprecio el trolerío anónimo y cobarde, pagado o “ad honorem”, de donde venga, que no merece lectura ni respuesta. Tampoco respondo a quienes detentan –sin duda– el monopolio de la verdad.

Intento ser consecuente con estas razones, aunque no siempre lo consigo. (O)