De la producción para consumo interno

La producción agropecuaria ecuatoriana está claramente dividida en dos sectores muy diferenciados: el primero dedicado a la explotación de productos para exportación, conformado mayoritariamente por unidades agrícolas con grandes superficies y alta tecnología; verdaderas empresas de producción que cuentan con acceso a financiamiento bancario, tecnología y mercado establecido.

El segundo sector está dedicado a la producción para consumo interno, y aunque también incluye productores grandes con tecnificación y respaldo financiero, la mayor parte de sus protagonistas son pequeños y medianos productores con superficies insuficientes, poca opción al financiamiento bancario, escasa tecnología y con un mercado severamente afectado por la intermediación y la fijación de precios políticos.

La agroproducción exportable y la agroindustria han sido históricamente un primordial soporte de la economía nacional, y por tanto el Gobierno debe cuidar y apoyar su nivel de eficiencia y sostenibilidad, caminando hombro a hombro con la empresa privada que puso siempre el mayor esfuerzo. Pero este segmento de la producción transita ya un camino expedito, donde la mayor preocupación no es llegar sino mantenerse; mientras el fragmento de la producción para consumo interno se debate en la desesperación y el desamparo, ante la indolencia de los gobiernos de turno.

El punto neurálgico siguen siendo las equivocadas políticas de financiamiento que afectan negativamente al grande y al pequeño productor. Esta anomalía puede a veces ser absorbida por las grandes unidades productivas porque los volúmenes que manejan les permiten sobrevivir la infame estructura del financiamiento bancario; pero para los pequeños productores la situación no es la misma, porque sus procesos económicos se manejan con poco margen para la relación costo-rentabilidad, debido a que sus volúmenes de producción son más bien reducidos.

Esta situación generó en los pequeños productores una profunda frustración, desalentando la opción de desarrollarse en el campo y originando una enorme migración a las grandes ciudades, donde este grupo de la población se refugió hacinado en los cinturones de miseria de los suburbios, buscando mejorar su expectativa de vida, de su familia y el futuro de sus hijos; anhelo justo y admisible ahora convertido en solo una quimera.

Y es que se ha vuelto tan patético el panorama para el pequeño productor, que cualquier trabajo citadino con baja remuneración proporciona una mejor condición de vida que mantenerse trabajando en el campo, con una paga exigua, literalmente subviviendo y dejando la vida en una actividad que ya no es más rentable, ni saludable, ni retributiva.

Nuestro próximo gobernante, sin importar el uniforme que luzca, deberá preocuparse por solucionar la alarmante situación de nuestra población rural; porque este segmento está al borde de la ruina, y su colapso arrastraría al país a otra crisis económica, alimentaria, social y laboral de dimensiones incalculables.

Nuestro próximo gobernante deberá preocuparse por solucionar la alarmante situación de nuestra población rural; porque este segmento está al borde de la ruina, y su colapso arrastraría al país a otra crisis económica, alimentaria, social y laboral de dimensiones incalculables.

La solución abarca muchos frentes y su organización demanda preparación y conocimientos específicos del sector, ¡nunca más improvisación! Además se requiere una férrea voluntad y decisión de todos los estamentos gubernamentales.

La propuesta es trabajar sobre dos aspectos esenciales: uno es devolver la rentabilidad a las actividades agropecuarias para consumo interno, y el otro es mejorar el nivel social y la calidad de vida de la población rural; condiciones indispensables para que el campesinado recupere la motivación para desarrollar su vida productiva y familiar en el campo, y se revierta la tendencia migratoria.

Para corregir las deficiencias en la rentabilidad, se debe implementar un programa generalizado y sostenido de talleres de instrucción y extensión rural; enfatizando la importancia de acentuar el conocimiento, pero simplificando las formas y conceptos para que estén al alcance de todos, incluso de algún sector con instrucción limitada. Como sabemos, la rentabilidad está influenciada por muchas variables, entre las que sobresalen: administración, productividad, financiamiento y precios; temas que en los talleres tendrán un enfoque técnico pero básico y práctico, lo que permitirá optimizar su comprensión y aplicación efectiva.

En cuanto al mejoramiento del nivel de vida del campesinado, es más bien un asunto de decisión política que se trabajará a nivel de gobierno, y que pasa por atender las necesidades elementales, como salud, educación, servicios básicos, seguridad y un plan vial que incluya los caminos secundarios y terciarios del agro, que es donde se ubica la mayor parte de las unidades productivas.

Pero aun solucionando la demanda sobre calidad de vida, e incluso estableciendo el programa de talleres de instrucción; mientras no se corrijan las normas y condicionamientos antidemocráticos y discriminatorios para el financiamiento bancario, la ilusión de reactivar la producción y el desarrollo del sector agropecuario será solo un espejismo, y las metas de justicia y equidad, una utopía. (O)