Quien caiga en sus garras será víctima de una experiencia dolorosa e implacable. Son por igual el reino de la mentira y la especulación que de la difamación. Y sacan a relucir lo más perverso de su esencia precisamente en épocas electorales.

Me refiero a las redes sociales, el escenario virtual político donde todo vale. Todo, menos la verificación. Todo, menos las reglas de convivencia.

Inmersos en una cultura inmediatista y eminentemente visual, apresurada, irreflexiva, esta “tarima 2.0” cumple con los parámetros del mejor reduccionismo político, epidermis de la razón donde nada requiere argumentación o contexto; donde la acusación pública está validada por la profundidad teórica del cómico o la payasa de turno, donde la sentencia tiene la forma de apariencia de primera vista, es decir, la forma del pre-juicio, del juicio previo. Donde el ejemplo está encabezado por el más rancio e hipócrita moralismo humano. Donde la lisonja es falsa o autoproclamada. Y se aplaude ante el espejo.

Todo, desde luego, aupado y santificado por la condición de anonimato de los autores del bulo, la actualización, el post, el tuit, el estado, el link, la investigación, la acusación, opinión, novedad o comentario.

Pero ¿cómo enfrentarlas? ¿Cómo sobrevivir a la tormenta de actualizaciones digitales que nos llegan por redes cargadas de saña, infamia, mentira y odio?

Ensayando o aplicando los términos de su propio vacío:

La duda permanente: dudar de todo debe ser una filosofía de vida. Más cuando estamos atiborrados de entregas digitales que dicen saber la verdad, predicen las consecuencias, advierten tener la solución, acusan y señalan sin miramientos. La duda puede ayudar a desarrollar una pedagogía de cómo asumir y reaccionar ante el nuevo escenario de lo público, donde lo privado, la vida privada, ha sido el caldo de cultivo del odio anónimo.

La verificación: la web 2.0 ofrece una serie de alternativas de verificación en tiempo real. La verificación de imágenes es de las más necesarias, la de los datos es la más urgente. Para ambos casos debemos dedicarle un poco de tiempo y recursos que la propia red de internet nos facilita.

La confirmación: antes de compartir aquella “novedad” que nos rasga las vestiduras es mejor tomarse una pausa, aplicar las leyes del sentido común, dudar primero y verificar después. Nunca se debe compartir algo sin antes leerlo completo y conocer su fuente y su intención.

La buena fe: condición necesaria de todo quien se crea con licencias para inmiscuirse en los actos privados de los personajes públicos, en las honras ajenas, en el acto de marcar una posición. De otorgar adjetivos.

Hasta el momento, cuando entramos a la franja de mayor intensidad de la campaña electoral, los hechos nos muestran que es mejor estar prevenidos ante las consecuencias que puede dejar el sumergirse en el albañal de la infamia en redes sociales, amparados en la justificación de que “si ya es público, qué más da”.

Lo visto hasta hoy en el tema elecciones 2.0 no deja de dar la nauseabunda sensación de estar ante una cloaca donde mentir, exagerar, distorsionar, deformar es la mejor arma, y provocan una cascada de reproducciones y validaciones.

Ojo que estamos en campaña. Donde siempre “todo vale”. (O)