Si alguien afirma que conoce el factor clave para ganar una elección, que ya sabe por qué votan los ciudadanos, probablemente está delirando o vendiendo un producto. Los factores que llevan a las decisiones electorales de los ciudadanos son múltiples, complejos, cambiantes, circunstanciales, estructurales, individuales, colectivos, clasistas, identitarios, entre muchos.

La pretensión de conocer a aquellos factores, que no es uno solo, puede ser académica, conceptual o aplicada. La posibilidad de orientar las decisiones puede corresponder a la consultoría política y a la dirección política. Con modestia, este artículo pretende un análisis rápido, de entre muchos, acerca de las decisiones electorales.

Las masas o los electores votan con el corazón, el estómago y la cabeza. Con ese u otro orden. Con igual o diversa funcionalidad. Con diferente ponderación. Y con una suma algebraica, nunca aritmética. A veces la decisión es más emotiva, de cercanía o lejanía, otras veces la opción está más ligada a la economía y a sus necesidades satisfechas o por satisfacer, y en veces prima la discriminación ideológica y política. Y lo hace en forma más colectiva, en el sentido de relaciones sociales –en el amplio sentido de las relaciones–, o con forma individual –en el sentido de agregación de individuos–. Es decir, a veces vota más con un sentido de masa y en otras más con un sentido de individuo. Depende de cómo se conforme la ciudadanía, que no son lo mismo en el colectivismo o en el individualismo. Pero esa es otra discusión.

Como es obvio, la gente no vota por un candidato que no sepa quién es. Saber, en el sentido laxo del concepto, no solo es recordar. El recuerdo es una deformación relativa con base en la realidad. Recordamos aquello que tomamos de la realidad o de la vivencia, desde un específico punto de vista o interés. Tenemos diferentes grados de conocimiento e inscripción de esas nociones en el recuerdo, lo que nos permite “saber” por quien podemos o no a votar. También, un conocimiento ligero puede llevar a la desconfianza antes que a la confianza. La confianza se construye y en un sistema político se incrementa con el conocimiento.

(Todos, en alguna parte de nuestro ciclo vital y en especial, en la última fase, debemos tener clara la función del recuerdo, antes que dejemos de ejercerla parcial o totalmente).

A veces, los electores conocen a sus candidatos (líderes digamos para abreviar otra discusión). Los conocen desde las emociones o desde el sentimiento que despiertan y no necesariamente desde la cabeza. Eso que se suele llamar carisma, es decir, la atracción y la fascinación por un líder que puede devenir en seducción, la que no está intermediada por el discrimen ideológico ni por el conocimiento científico o con base en la realidad. Pero que sí está mediada por el discurso, cabe afirmarlo rotundamente. Un discurso –y otros factores– que entabla una relación puntual para atrapar y procedimental para desarrollar en el tiempo un vínculo emocional de los líderes con sus seguidores. Puntual puede ser el caso de un outsider (candidato surgido de los intersticios del sistema político y electoral que irrumpe y captura votantes sin mediación de un proceso previo). O el caso de un líder que deviene en caudillo, acompasado o no, por una melodía democrática, en un período (una década por ejemplo).

La confianza es una construcción muy compleja en la vida política. Se necesita confiar en las instituciones, lo que nos permite vivir en una sociedad organizada y normada. En los procesos, como por ejemplo en las elecciones y sus resultados. Pero también en los actores, para que sobre sus hombros se construya la representación. Como sabemos, la representación es la capacidad de una organización o un líder para presentarme en otro escenario, por ejemplo, en el escenario político. Y presentarme no solo a mí sino a otros que tienen elementos en común o compartidos conmigo. Por ello, confío en la agregación que se hace de varios o muchos. Me represento en un discurso que agrega, que junta sin perder la forma, mantiene a la diversidad. Y que no necesariamente conglomera, es decir, conforma una masa.

Aquellos temas abstractos hacen, en la Ciencia Política, a la representación. Pero también a su crisis. Hay tipos de representación y tipos de crisis de representación. Por ahora, solo digamos, para mantenernos en la realidad, que nuestras sociedades buscaron una representación orgánica (como los brazos o las piernas de un cuerpo) en los inicios de la modernización con el surgimiento de los agrupamientos sociales fundamentales. Y ahora nuestras sociedades, globalizadas y medio posmodernas, viven más bien una estructural crisis de representación.

La sociedad y sus formas tradicionales se han licuado (o han sido licuadas por la modernización/mundialización, la política mediática y los populismos, entre otros). Se han licuado en la realidad, pero preferentemente en la representación ideológica. Y como los grumos de un licuado incompleto buscan vínculos puntuales desde las percepciones. De esas relaciones sociales licuadas surgen percepciones, vocacionalmente aptas para una vinculación casuística. Susceptibles de muchas segmentaciones, dirían los estrategas.

“Nadies” puede atribuirse conocer los factores de la ganancia electoral (“nadies”, esa construcción tan expresiva que ratifica la absoluta ausencia, así como la “realidad real” que ratifica la objetividad en medio de las percepciones). La crisis de representación actúa como un movimiento centrífugo, que dispersa y aleja del centro de aglutinamiento. Las agregaciones que surgen apenas nos permiten visualizar a anillos de composición cambiante. Son agrupaciones de nociones y sentimientos compartidos, que conforman decisiones electorales.

La confianza es una construcción muy compleja en la vida política. Se necesita confiar en las instituciones, lo que nos permite vivir en una sociedad organizada y normada. En los procesos, como por ejemplo en las elecciones y sus resultados. Pero también en los actores, para que sobre sus hombros se construya la representación.

El movimiento centrípeto, de las sociedades y de la política se produce con ocasión de las elecciones, las que permiten concentrar una decisión acerca de quién nos deberá representar y gobernar. Pero hoy en Ecuador esa agregación podría ser puntual y diluirse. Elegiremos pero no mantendremos constante nuestro acuerdo de representación y gobierno, lo que debilita a la legitimidad. Determinamos quién pero no reproducimos nuestro acuerdo básico. Y, entonces, la decisión electoral se puede evaporar. Ya no estará el soporte del seductor, caudillo experto en evadir el bache de legitimidad.

Para terminar, dos temas. Las predicciones y las encuestas.

Machaconamente debo diferenciar entre simulaciones y predicciones. Simular uno o varios resultados electorales, con base en la realidad, no significa que esos mismos factores se reproducirán y la simulación pueda convertirse en una predicción. Una simulación es un juego con mayor o menor fundamento en la realidad, histórico mediante datos duros o circunstanciales a través de una encuesta. Así como no puede predecirse la ocurrencia exacta de un acontecimiento político, porque la política es álgebra y no aritmética, tampoco puede predecirse cómo será la decisión electoral final.

Las encuestas han fallado, como predicción de resultados, en todos lados –Inglaterra, Austria, Colombia, Estados Unidos, Ecuador–, al margen de la idoneidad técnica con la que se realicen. Las defiendo porque son un instrumento central del análisis social (y es mi profesión). Al margen del interés del contratante, que hace relación a la ética del encuestador y su contratista (por ello es que la mejor encuesta política o electoral es aquella que no se conoce y sirve solo para los analistas y/o las decisiones políticas), su problema radica en la realidad. Esa realidad licuada, tan difícil de capturar en una fotografía. Recordemos que las fotografías también capturan bien a los fuegos artificiales, pero no dejan ver, de entrada, al mar de fondo.

Así como es un delirio vender la premonición de un resultado electoral, otro es tratar de convertir a las encuestas hoy, en el Ecuador, en un resultado para febrero del año próximo. 75 días para las elecciones es mucho tiempo para la política. (O)