El mundo se ha visto agitado por manifestaciones populares, críticas generalizadas hacia la política y los políticos, irrupciones de movimientos nuevos, castigos a los defensores del establishment, que muchos comienzan a buscar sus causas que las expliquen. Una cuestión básica es el profundo cambio de paradigmas que vive el mundo y que ha llevado a un cambio de era donde la triple crisis de identidad, valores y destino crea las condiciones de una tormenta perfecta que se desata sobre cualquier país en el mundo. Cómo es posible entender esta nueva era con una empresa como Facebook, de propiedad de un chico de 31 años cuyo valor de mercado supera el producto interno bruto de varios países juntos de América; o que si sumáramos el valor bursátil de Google, Microsoft, Facebook y Apple, ¡es superior al PIB acumulado de 138 países del mundo! Esta acumulación brutal de riqueza y de valor de la nueva economía no podía jamás pasar desapercibida de los hechos políticos y el último en acusar recibo ha sido EE. UU. con Trump. Ellos, generadores de varias de estas empresas y de modelos de producción outsourcing, ahora padecen casi una generación de salarios pauperizados y millones de seres humanos sin posibilidad de encontrar en lo que le queda de vida un trabajo como los del siglo pasado a mediados de los años sesenta. El mundo está agitado y los malestares tienen su costo político.

Hace un mes estuve en Egipto caminando por la plaza Tahrir, el epicentro de la Primavera Árabe, que algunos creyeron que era solo político, como Mubarak y su corte, que acumularon fortunas inmensas sobre la pobreza de millones de seres humanos. Estos jóvenes, hartos de no tener futuro en un país anclado en el pasado, decidieron tomar el poder forzando la renuncia del jefe de Estado y eligiendo en las urnas a la fraternidad musulmana. Estos, con medidas radicales unidas al fundamentalismo del islam, no pudieron sostenerse en el poder y los militares, con el mariscal Al-Sisi, volvieron a tomar el control del poder. Hoy, de 120 millones de seres humanos, más de 70 millones viven en pobreza; el salario mínimo es de 100 dólares; en pleno centro de El Cairo es posible ver escenas del siglo XII con faenamiento de ovejas a cielo abierto y millones de jóvenes sin futuro. El malestar con el poder es que este sigue sin entender el calado, la profundidad de este cambio. Sigue proclamando su acción bajo el concepto de “business as usual” cuando hoy miles de millones de seres humanos no tienen futuro ni educación para el porvenir, y el mundo tiene 42 veces más dinero de lo que necesita para vivir con comodidad y holgura. Inequidad generando inseguridad, injusticia provocando iras y corrupción rampante incitando a la rebelión constante es el coctel perfecto para, bien agitado, producir las reacciones que conocemos.

El sistema se cayó y la clase política no logra reconocer que se encuentra en el centro del problema sin atinar soluciones. Trump es un furúnculo de la democracia americana, llena de crisis interna, que desde el 2008 intenta vanamente hacer creer que nada ha pasado. Los británicos se protegen hacia miradas más insulares y visiones endogámicas. Veremos reproducir ese modelo cada vez más y la salida anunciada por el nuevo jefe de Estado electo de EE. UU., de sacar a su país del acuerdo de libre comercio del Pacífico y levantar un muro en la frontera con México, muestran que cada vez tendremos que buscar más soluciones propias y no asociadas. Es el fin de la ilusión globalizadora y el renacimiento de los nacionalismos en sus distintas versiones. Lo peor de todo esto es que la historia nos cuenta que estos periodos casi siempre terminan en grandes conflictos bélicos.

Vamos a un mundo más egoísta, fragmentado y ansioso de encontrar cada país su identidad, valores y destino en esta crisis global con varios nombres, pero con un solo sentido: malestar. (O)