Una noticia que circulaba en Facebook alarmó a un sector de la periferia de Lima. Se decía que había personas dedicadas al tráfico de órganos y se ilustraba la nota con fotos de un niño y de una joven, supuestamente, sacrificados para cometer el delito. El asunto se agravó cuando llegaron a la zona dos encuestadores que los moradores del lugar creyeron que eran los delincuentes.

La indignación subió de tono y se manifestó en destrucción de cuanto encontraban a su paso, en el afán de llegar a la comisaría donde se creía que estaban los delincuentes. La Policía tuvo que actuar, pero los disturbios habían progresado de tal manera que hubo que recurrir al uso de tanquetas y hasta de un helicóptero para dispersar a la población.

Se trataba de un falso rumor que se volvió viral en las redes sociales y que dejó destrucción de bienes materiales, personas afectadas de los nervios y disturbios que amenazaban con prolongarse.

Las nuevas formas de comunicación son un adelanto de nuestra civilización y un excelente instrumento para compartir cultura. Sin embargo, como lo demuestra el incidente que comentamos, requieren de los usuarios no solo la destreza para su manejo, sino también un gran sentido de responsabilidad. Es necesario trabajar en la formación de una ética del uso de los nuevos medios. (O)