No se me vayan a enojar porque desde ya les digo que sí, que voy a repetir la misma cantaleta que ya han oído hasta la saciedad, que la elección de Donald Trump como presidente nos trae a la memoria el nazismo. Sí, sí, es un paralelismo histórico y les voy a dar tres razones de peso para trazarlo: Hitler y Trump son líderes populistas que llegan al poder con un discurso abiertamente racista y xenófobo, ambos aprovechan las debilidades de una sociedad empobrecida, desempleada y desesperada por hallar un chivo expiatorio a quien culpar de todos sus males, y ambos vencen gracias al manejo maquiavélico del aparataje propagandístico. No por nada dijo David Bowie que Hitler fue el primer rock star.

No se trata de señalar con el dedo a los votantes de Trump y llamarlos nazis, para eso cada uno tiene un espejo en casa, ni se trata de sentirnos mejores porque nosotros nunca votaríamos por un tipo así, se trata de reflexionar, de comprender los procesos históricamente y de concientizar: a fin de cuentas, nosotros también participamos en ese juego que termina con esos ganadores.

Tanto la propaganda política de Hitler como de Trump estaban basadas en mentiras y en la construcción de un enemigo común, y nada genera mayor sentimiento de grupo que un enemigo al que odiar colectivamente. ¿Eres pobre? Es porque los judíos son ricos y explotadores. ¿Eres pobre? Es que los mexicanos, es que los demócratas, es que los ecologistas. ¿Tienes miedo? Nos haremos grandes, nos armaremos, nos defenderemos juntos contra el enemigo, lo aplastaremos como a una cucaracha, para eso está aquí papá.

“La propaganda funciona mejor cuando aquellos que están siendo manipulados están convencidos de estar actuando por voluntad propia”, decía Goebbels, el estratega que subió y mantuvo a Hitler en el poder. Pero mientras Hitler tenía a su disposición radio, pancartas, periódicos y mítines masivos y fastuosos, Trump cuenta con una plataforma más poderosa: el nuevo ecosistema mediático constituido por las redes sociales.

¿Han notado la cantidad de gente que repite como loro mentiras y rumores como si fueran sus propias y sesudas opiniones? ¿Se han pillado alguna vez haciendo lo mismo? Nadie está libre de pecado. El diccionario de Oxford acaba de elegir al neologismo “post-truth” como la palabra del año. Posverdad se refiere a todo lo “relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Dicho esto, amables lectores, podría terminar mi artículo. Pero como me pagan por cierta cantidad de palabras y no por andar twitteando Totschlagargumente (alemán para “clichés que uno dice para anular toda posibilidad de diálogo”), por ejemplo: “Votar por Trump es como votar por Hitler”, me veo obligada a continuar argumentando y a que ustedes sigan acopiando ideas para refutarme.

Vivimos, pues, en esta ciberrealidad alterna que se ha creado a espaldas de los medios tradicionales, quintaesencia de una malvivida democracia, donde cada uno dice lo que le da la gana sin tener ni idea de lo que está hablando. Y está en su derecho, cómo no. Son los medios tradicionales liberales los que todavía tienen que citar sus fuentes y verificar su información, son los periodistas de un puñado de medios leídos por las minorías intelectuales y biempensantes los que corren el riesgo de una demanda si llegan a herir los sentimientos de un tirano o si tergiversan alguna información, lo primero injustamente, lo segundo en honor a la verdad.

Hoy existe el permiso social para este tipo de discurso, con el agravante de que en las mismas redes sociales te encuentras con otros como tú que aplauden tus opiniones. No importa qué tan machista, xenófobo o ignorante seas, siempre encontrarás quien te aplauda.

Hoy cualquiera con acceso a internet puede escribir cualquier cosa y hacerla pasar por cierta, lo cual resulta incluso rentable. Vean el ejemplo del pueblo de Veles (Macedonia), donde unos jóvenes se enriquecieron de la noche a la mañana al publicar más de cien páginas web pro-Trump con cientos de miles de seguidores de Facebook, atiborrando así las redes de mentiras cuidadosamente sincronizadas para manipular a los electores en momentos claves.

David Simas afirma que si antes la academia, la religión y los medios tradicionales sentaban parámetros de lo que era un discurso aceptable, hoy en día Twitter y Facebook permiten saltarse olímpicamente todo mecanismo de control. Si hace ocho años Trump hubiera dicho las cosas que afirmó en esta campaña (contra musulmanes, mexicanos, discapacitados, mujeres, etc.) sus opositores republicanos, los líderes religiosos y la academia hubieran denunciado su barbaridad. Pero hoy existe el permiso social para este tipo de discurso con el agravante de que en las mismas redes sociales te encuentras con otros como tú que aplauden tus opiniones. No importa qué tan machista, xenófobo o ignorante seas, siempre encontrarás quien te aplauda. El presidente Obama percibe este nuevo ecosistema mediático como ese universo donde todo es verdad y nada lo es, y donde la argumentación sobre el calentamiento global hecha por un físico ganador del Nobel se ve exactamente igual en tu página de Facebook que la refutación de alguien contratado por los hermanos Koch. Afirma Obama (véase The New Yorker 28.11.2016) que la capacidad para desinformar, para diseminar delirantes teorías de la conspiración y pintar a la oposición de forma atrozmente negativa sin dar cabida a la refutación, se ha acelerado tanto que la polarización del electorado excluye toda posibilidad de diálogo.

Y qué arte y mañas se dan Trump y sus asesores para mover los hilos de este ecosistema mediático en donde los hechos reales y la verdad han dejado de importar. Se trata de provocar emociones, de exacerbarlas al máximo. ¿Han visto alguna vez documentación sobre los multitudinarios mítines nazis, han escuchado los discursos del Fuehrer? Era un tipo que sabía transformar el miedo en odio, la frustración en fe ciega. Claro, era un tipo de otros tiempos, más gritón y temerario. Pero los extremos de crueldad a los que llegó para llevar a cabo sus planes de “make Germany great again” no los predijo ni el más suspicaz de sus votantes. (O)