No es de glorificar al fallecido Fidel Castro con un monumento a su memoria como se hizo con el Che Guevara en las inmediaciones del barrio Las Peñas, o para Néstor Kirchner, en Quito, en el sector de la Mitad del Mundo. Castro impuso en Cuba un modelo socialista de corte soviético, convirtiéndose en dictador brutal; oprimió a su propio pueblo por casi seis décadas. Al final de sus días reconoció: “La lucha armada no era el camino”.

Castro derrotó a un dictador y él se convirtió en otro extremadamente sanguinario, acción que obligó a cientos de miles de cubanos a huir, porque no restauró nunca la democracia en su país. Creó un régimen represivo que encerró a opositores políticos, suprimió las libertades civiles y destruyó la economía, pero presuntuosamente dijo: “No tengo un átomo de arrepentimiento de lo que hemos hecho en nuestro país”; palabras de soberbia que recalcan el menosprecio a sus ciudadanos que no compartían su ideología. ¿Por qué nunca se afeitó la barba?, para no cumplir lo prometido: “Cuando hayamos cumplido nuestra promesa de un buen gobierno, me afeitaré la barba”, por lo menos reconoció que no fue un buen gobierno; pero eso no cura las heridas de tantos afectados por sus malas decisiones. Estoy seguro de que tantas lágrimas derramadas no serán en vano. Además, ¿qué hizo Castro para que los ecuatorianos le “rindamos un homenaje” que no merece? Otros verdaderos personajes extranjeros que ameritan nuestro eterno agradecimiento como Hideyo Noguchi, eminente bacteriológico que acabó con la epidemia de la fiebre amarilla en Ecuador, no tienen un monumento a su memoria, ¿y un tirano sí?; ¡absurdo!(O)

Fernando Enrique Guzmán Martínez, ingeniero comercial, Guayaquil