Encontrándonos en tiempo de Adviento, etapa de preparación para la celebración de la Navidad, inducidos por la doctrina y la liturgia, los católicos tenemos oportunidad para revisar nuestra conducta personal, no solamente en lo individual, esto es, en la consideración y trato a nosotros mismos, sino, de manera muy particular, con las demás personas, empezando por los próximos: familiares, compañeros de trabajo, amigos, vecinos y también con quienes nos hemos relacionado de alguna manera.

Además, pienso que también es tiempo oportuno para revisar nuestro comportamiento religioso, social, cívico y político.

¿Siempre nos portamos bien e hicimos lo que había que hacer en justicia y caridad?

¿Acaso dejamos de hacer algo que causó perjuicio social, moral o económico a otras personas?

¿Habremos desarrollado una actividad, para nosotros y los demás, ciento por ciento apropiada y ejemplar? ¿Acaso hay algo de lo que debemos arrepentirnos? ¿Algo que no hicimos o hicimos mal produciendo daño individual o socialmente?

¿Acaso somos responsables de nuestro actuar por acciones y omisiones?

¿Y si lo somos? ¿A quién hemos de dar cuenta para ser juzgados y premiados o condenados?

Nuestro primer juez ha de ser nuestra conciencia.

Si no la hemos cuidado y preservado, su sentencia será absolutamente inservible, pudiendo incluso llevarnos a continuar en el error y la maldad, que sabemos tiene sutiles maneras de nublar nuestro entendimiento hasta lograr que aceptemos como positivo lo que es producto del mal.

¡Cuidado!

Realizar el mal produce daños individuales o colectivos, siempre afecta a personas o a comunidades.

Así, por ejemplo, un padre de familia estafado perderá capacidad adquisitiva y sus familiares y dependientes sufrirán las consecuencias.

Las comunidades rurales serán las perjudicadas si las obras públicas ofrecidas en campaña no se cumplen en el tiempo previsto o no son lo que se esperaba, porque se seleccionó indebida o dolosamente a un contratista que incumplió sus obligaciones.

¡Ah! El importante cumplimiento del deber, del compromiso, de la palabra empeñada.

Felizmente el ser humano tiene capacidad de reflexión, arrepentimiento y enmienda.

Por eso invito a que, revisando nuestro proceder durante lo que va del año 2016, no para ser publicado, hagamos un manifiesto personal, de todo aquello de que nos arrepentimos.

Eso es: así como hay concursos de años viejos y de testamentos, si usted quiere, hagamos otro: un concurso de arrepentimientos.

Sería edificante si en las familias pudiéramos intercambiarnos, escritos y firmados, documentos que detallen los errores cometidos, con la expresión de arrepentimiento y la oferta de no volver a incurrir en ellos.

¿Y si lo hicieran los funcionarios públicos, no solamente los elegidos en las urnas sino también los que gozan de nombramiento? ¿Qué tal?

¿Habría alguien que se inscriba y participe?

Hay tantos errores que podemos cometer, por acción u omisión, alguna vez sin premeditación, pero en otras ocasiones a sabiendas, que debemos ser muy cuidadosos para que lo que decimos y hacemos sea siempre bueno y positivo.

¿Llegarán a existir concursos públicos de arrepentimiento? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)