El proceso de derrumbamiento de los entes políticos ha sido evidente en varios países de la región, entre ellos y de manera especial Ecuador. Los partidos y movimientos políticos están haciendo un señalado esfuerzo por reconstruirse y restablecer sus bases, que poco a poco, a lo largo de la “década ganada” han sido absorbidas por un poder político gubernamental que no diferencia entre izquierdas y derechas y al que lo único que le preocupa es la desaparición de todo aquello que moleste o critique.

Igual o parecida suerte han sufrido las organizaciones sociales, sean campesinas, gremiales o de cualquier índole. Cuando el poder no pudo dividirlas y cooptarlas, como en el caso de la Conaie, la UNE o el FUT, creó organizaciones paralelas como la Red de Maestros o la risible y ridículamente impresentable CUT. En el caso de las organizaciones estudiantiles, su trabajo fue más eficiente y no tuvieron pudor alguno de usar para el efecto recursos del Estado e intervenir a través de instituciones públicas. Las fotos de dirigentes de la FEUE con altos mandos gubernamentales y luego convertidos en funcionarios, para risa de sus propios compañeros, son el registro gráfico de hasta dónde el poder estaba dispuesto para callar a una juventud naturalmente crítica.

Los gremios profesionales no estuvieron fuera de esta lógica de cooptación y control y esto los abogados lo vivimos en carne propia. En Guayas lograron que dirigiera el gremio nada más ni nada menos que el esposo de la vicepresidenta de la Corte Constitucional y exasesora del propio presidente de la República; y en Pichincha, propiciaron tal ruptura, que consiguieron que un grupo de dirigentes traicionaran a su gremio y llegaran a solicitar por escrito la intervención gubernamental de su Colegio de Abogados. Fueron al punto de, decisión judicial de por medio, llevar las elecciones gremiales al Consejo Nacional Electoral, generar un reglamento ad-hoc para el efecto y movilizar funcionarios, que cual piezas de ganado, fueron transportados en vehículos estatales para que votaran por el candidato de los afectos del poder. Al final de la jornada se toparon con que sus propios funcionarios les votaron en contra y que su lista, llena de modernos Efialtes, había perdido casi con una relación de dos a uno respecto de la lista vencedora. “Roma no paga traidores”, dijo Escipión cuando ejecutó a quienes asesinaron a Viriato y algo parecido dijeron los juristas de la capital, cuando rechazaron a la lista de Gobierno.

Lo anterior nos demuestra que los enemigos de los gremios no son solo externos, sino que muchos se encuentran en su propio seno. Y el precio que han pagado las organizaciones gremiales y especialmente profesionales ha sido muy alto. La eliminación de la obligatoriedad de la agremiación supuso una serie de nuevos retos para los gremios, que tuvieron que salir de esa zona de confort en la que se encontraban, amparados en una norma legal que obligaba a todos los profesionales a inscribirse en un colegio profesional para poder ejercer su profesión. Aún más, se vieron abocados a demostrar que servían para algo más que organizar campeonatos de fútbol y tomarse una cerveza entre amigos los sábados. Habían perdido su norte académico y de defensa gremial y se convirtieron en clubes sociales y deportivos. Midieron su gestión en canchas y se olvidaron que su existencia no tiene justificación alguna, si no promovían una subida de nivel del debate en cada una de sus especializaciones. En el caso de los colegios de abogados, algunos llegaron a adquirir hasta dos sedes deportivas, mientras que las publicaciones y los espacios de discusión jurídica simplemente brillaron por su ausencia.

¿Cuál es el precio que hemos pagado? Pues varios y de muy alto costo, empezando por un envejecimiento de los gremios. De los jóvenes abogados que se gradúan de las diferentes facultades de derecho del país, menos de la cuarta parte se inscribe en los colegios profesionales de su provincia. Ven a las organizaciones gremiales como grupos cerrados, impenetrables e impermeables a nuevas ideas y modelos de gestión. Dirigencias que se han perpetuado y que consideran que cualquier cambio es una especie de insulto a la precaria tradición que impusieron por décadas.

¿Qué queda por hacer? Sin duda, repensar y reconfigurar a las organizaciones gremiales. El deporte y el esparcimiento son importantes, pero las prioridades deben ser la defensa de derechos humanos y el elevar el nivel del debate jurídico. Esto aunado a una necesaria renovación de las dirigencias, en donde nuevas cabezas hagan las cosas mejor y diferente, porque ni el derecho, ni las organizaciones pueden considerarse entes estáticos. Solo así los gremios podrán constituirse en entornos amigables para los nuevos profesionales, quienes verán en estos estructuras referenciales a las cuales sea necesario pertenecer. (O)

 

De los jóvenes abogados que se gradúan de las diferentes facultades de derecho del país, menos de la cuarta parte se inscribe en los colegios profesionales de su provincia. Ven a las organizaciones gremiales como grupos cerrados, impenetrables e impermeables a nuevas ideas y modelos de gestión.