And the days are not full enough

And the nights are not full enough

And life slips by like a field mouse

Not shaking the grass

(Y los días no están lo suficientemente llenos/ Y las noches no están lo suficientemente llenas/ Y la vida se desliza como un ratón de campo/ Sin agitar la hierba). Les cuento que acaban de leer un corto poema de Ezra Pound. Y pareciera que no faltó un punto ni una palabra, ni vimos alguna que se haya deslizado para quitar el adjetivo de perfecto. Tal vez sea simplemente mi percepción. Aunque recuerdo que la primera vez que lo leí, quedé seriamente impactado. Son de esos días que lees un poema tan inmejorable que luego no puedes leer nada más: tienes que quedarte con el poema saboreándolo en la cabeza y el corazón.

Quizá le podría dar el conocido calificativo de “poema salvavidas”, a pesar de que aparentemente es negativo, triste. En este caso, lo que me llamó la atención fue esa perfecta conjunción de elementos: el ritmo, la profundidad, la sencillez. Por un lado, ese encontrar a otro corazón que siente lo mismo que el nuestro: la vida se nos va, imperceptible, y es lo único que tenemos. Esa angustia compartida, ese sentirme comprendido. También esa invitación a vivir de verdad. Y por otro, la experiencia de sumergirnos en el ritmo de Pound, en sus disquisiciones y reflexiones, en su tiempo contemplativo. Cuando lo leí, alcancé a experimentar una nueva miel de lo bello. (Que, por otro lado, es tan constante, solo hay que “ver” de verdad).

Como les decía, es un “no sé qué, que me hace sentir un no sé cómo”. Y es que es lo típico del arte y de lo bello: el misterio. Quién sabe, tal vez leíste el poema rápido y no lograste sentir a Pound, o tal vez mi traducción no fue la mejor. Pero al menos yo, e intuyo que muchos, pues Ezra no es precisamente un desconocido en el mundo literario, se toparon con la explosión de la poesía. Con ese incendio.

¿Qué hace bellos algunos poemas? La pregunta es atolondrada. Me contento con el misterio. No puedo entender cómo poemas tan groseramente distintos, alegres-tristes, románticos-populares, como Lo fatal, de Rubén Darío; La luna, de Sabines; o Nubes y olas, de Tagore, tengan esa magia, ese puñal. Hay apenas pocas coincidencias entre los autores, seguro no se conocieron. No me parece poco resignarse al desconcierto. Lo que es más, tal vez la mentalidad contraria, hambrienta de explicaciones, sea precisamente por ello ciega.

Por hoy me despido con otro poema inexplicable. Bello. Poema salvavidas, de esos que hacen que la vida valga la pena. Escalones de felicidad. Una gran estrofa de nuestro compatriota Ernesto Noboa y Caamaño:

Hay tardes en las que uno desearía

embarcarse y partir sin rumbo cierto,

y, silenciosamente, de algún puerto,

irse alejando mientras muere el día.

(O)