El Diccionario de la Lengua Española tiene tres definiciones para la palabra omisión:

Abstención de hacer o decir; falta por haber dejado de hacer algo necesario o conveniente en la ejecución de una cosa o por no haberla ejecutado; y, flojedad o descuido de quien está encargado de un asunto.

Observe cuán importante es ir al significado de las palabras para darnos cuenta cabal de su valor y trascendencia, porque su desuso, así como su uso exagerado o indebido, a veces nos despista.

¿Qué grado de trascendencia puede tener una omisión? ¿Acaso las omisiones son menos importantes que las acciones?

¿Tienen la misma importancia y gravedad las acciones y omisiones de las personas particulares que las de los funcionarios públicos que ejercen sus cargos por elección popular o nombramiento?

Vea usted. El tema se vuelve intrigante, como para pasarnos algún rato aclarando y opinando entre familiares, amigos, compañeros, vecinos…

¿Empezamos por algo?

Según el número 1853 del Catecismo de la Iglesia Católica, a los pecados o conductas impropias se los puede dividir en varias categorías y una de ellas se refiere a su forma de expresión: pensamiento, palabra, obra u omisión.

Me parece que queda claro: podemos romper voluntaria y decididamente nuestra relación de armonía con Dios y, por ende, con los demás, no solamente con palabras y acciones, sino también con pensamientos y omisiones.

A propósito de las omisiones, en el capítulo 25 del Evangelio de san Mateo, en los versículos 42 y 43, Jesús es muy claro en determinarlas y establecer sus consecuencias: Tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve encarcelado y enfermo y no me visitaron. Resultado: irán a un suplicio eterno.

Si nos transportamos del hacer personal, familiar y social al quehacer político, particularmente ad portas de un nuevo periodo electoral, ¿debemos fijarnos en la conducta de los funcionarios públicos actuales que ejercen sus cargos por elección popular o por nombramiento otorgado por autoridad competente?

¿Cree usted que conviene hacer un examen de lo ofrecido en los respectivos planes de gobierno y lo logrado al cabo de sus mandatos, por supuesto con las debidas explicaciones y justificaciones?

¡Claro que necesitamos transparentar sus acciones y omisiones! Pero ¡qué difícil!

Puede ser muy fácil acusar que algo ha estado mal o aquello ofrecido no se ha realizado pero, a veces, casi imposible de demostrarlo, si solamente nos guiamos por intuiciones o informaciones no corroboradas.

Todas las personas, individuos que actuamos en el quehacer privado y los funcionarios públicos, nacionales, seccionales o locales, deberíamos hacer un examen de conciencia para reconocer, lealmente, en nuestra intimidad, si hemos cometido omisiones, algunas de funestas consecuencias.

¿Cree que la carga espiritual por no haber hecho el bien, que legítima y honestamente podíamos y debíamos realizar, es muy agobiante si no hay cómo reparar?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)