Las elecciones en Estados Unidos son un caso de estudio profundo. Se trata de una contienda inédita tanto en la forma como en el fondo, cuyo desenlace no constaba en el libreto de los especialistas.

Entre los protagonistas, la figura de una mujer, que por primera vez aspira al cargo de presidente, hecho que aun en un país que se precia de exhibir sus libertades constituye novedad. Asimismo, un outsider, un novato en el oficio, conocido por años más bien como empresario exitoso, que públicamente se precia de hacer negocios bajo métodos poco “ortodoxos”.

En temas de forma, un tono de campaña jamás antes visto por allá. Insultos, acusaciones y una serie de situaciones incómodas para ambos bandos, que se parecen más al estilo tercermundista que al estándar “gringo”.

En lo de fondo, muchas reflexiones que tal vez no me caben en un solo artículo de opinión. Para ser honesto, en cuanto a los resultados, ya se veía que todo podía pasar. Por ello, sin dejar de ser sorprendente, es consecuencia de un verdadero disparo al aire, que es como bien podría calificarse a este proceso.

Una mayoría relegada –o al menos así es como se sienten– blanca, rubia y ojos azules, que se cansó de que los latinos, negros, musulmanes, de izquierda, asiáticos y todos los otros que no fueron dueños iniciales de sus tierras, consigan en sus narices un sueño americano que les ha sido negado a ellos y sus familias en los últimos años de gobierno.

Justamente esa mayoría, con actitud de minoría, que se quedó fuera de la educación de alto nivel y de los beneficios de ser la nación más poderosa del mundo, es la que le dice que no a cualquiera que se identifique con un presidente como Obama, de raza negra, de raíz musulmán –o al menos en parte–, con ideas de defensa de derechos humanos no tradicionales como el aborto, el matrimonio igualitario y otros planteamientos más identificados con la izquierda mundial que con sus primeros peregrinos.

Ese discurso populista agotado, o en vías de extinción en nuestros países, que manejó Trump, sonó como campanillas de gloria en los oídos de los ciudadanos americanos, resignados al establishment. Un discurso nacionalista que prometió deportaciones, trabajo para los blancos sin oportunidades y menos impuestos para la clase media. Aunque suene cruel, se utilizó una estrategia para recoger sentimientos de frustración y potenciarlos nuevamente en una sociedad que en público se avergüenza de un pasado racista, pero en privado sufre las consecuencias de la migración.

Lectura obligada la de los votantes de un estado como Florida, clave en estas elecciones, donde la mayoría latina, principalmente cubanos, se siente más americana que los mismos nativos del centro de Estados Unidos, y que le dio la espalda a Hillary, haciéndole sentir su enojo por la puerta que le abrieron a los Castro y su combo revolucionario.

Así las cosas, Trump parece ser el ídolo del americano promedio que siente que al fin su voz será escuchada por encima de los políticos tradicionales.

Como decía, podríamos analizar este capítulo en varias entregas, aunque esto recién comienza; y será necesario esperar para saber si cometieron un error apoyando la llamada polarización, o si lo dicho en campaña fue solo un libreto para ganar en las urnas y se dará bienestar no solo a quienes confiaron en él, sino a un país grande que necesita de un presidente para todos.

God bless America!(O)