Pensando sobre qué escribir y abrumada por tantas noticias desagradables que cuestionan la honestidad humana, en la página web del Foro Económico Mundial me topé con un artículo titulado ‘Cuanto más mientas, más fácil será. Los científicos confirman una verdad de largo tiempo’. El análisis se basa en un artículo científico de la revista Nature Neuroscience (Neurociencia de la Naturaleza), en el que se revisa la experimentación con voluntarios sometidos a situaciones en las que no parece quedar más recurso que mentir, y la correlación de esa actividad con imágenes de resonancia magnética funcional cerebral.

El núcleo emocional del cerebro, la amígdala (situada en la profundidad de cada lóbulo temporal), es un complejo grupo de células capaz de activar diferentes sistemas de nuestro organismo, para generar respuesta a múltiples estímulos, entre ellos, los que nos causan estrés. Es así como, frente a ciertas emociones, podemos experimentar miedo, palpitaciones, sudoración y hasta colocarnos en postura de huida ante el surgimiento de algo que pudiere implicar peligro. Gracias a las conexiones con la corteza cerebral, la respuesta es posteriormente modulada y adecuada según el estímulo, generando de ese modo un proceso consciente.

En el experimento en cuestión, al someter a los individuos (unidos por pares, pero evaluados por separado) a situaciones diversas, en las que se les hacía creer que sus respuestas redundarían en beneficio personal, beneficio a la otra persona o beneficio para ambos, se logró demostrar que la actividad del complejo amigdalino del cerebro presentaba una especie de privación paulatina y progresiva de la sensibilidad que le permitía adaptarse cada vez mejor al hecho de mentir. A medida que aumentaba el número de mentiras, la respuesta de la amígdala cerebral disminuía. Estos hallazgos sugieren que las señales emocionales negativas, que inicialmente se asocian con la acción de mentir, van disminuyendo a medida que se va mintiendo más.

De acuerdo con los investigadores, los resultados evidencian la famosa “pendiente resbaladiza”, muchas veces descrita en las esferas de la política, las finanzas, la lealtad sentimental, entre muchas otras esferas de la vida humana en las que también se dan conductas deshonestas. Tan solo se necesita atravesar un cierto umbral, para que de allí en adelante todo fluya con facilidad y sin remordimientos. Las personas que dicen pequeñas mentiras que las benefician son propensas a grandes falsedades y, con el transcurrir del tiempo, el cerebro parece irse adaptando a la deshonestidad.

Seguramente algo de eso hay en las reiteradas declaraciones que se esfuerzan por convencernos de que, desde unos cuantos años para acá, vivimos en un país donde la justicia, la educación, el empleo, la salud, la seguridad son derechos ciudadanos plena y limpiamente realizados y garantizados; en un país en el que las mentes lúcidas y los corazones ardientes ejemplifican a carta cabal y de cuerpo entero cómo la honestidad se derrama por las manos. Seguramente algo de eso habrá también en esas tontunas respuestas del “yo no fui”, “no lo sabía”, “no lo conozco”, e incluso del estupefactivo “yo no lo nombré”. (O)