En una esquina cualquiera de Caracas, se rompe a diario la alianza más perfecta de la naturaleza. En una negra y pestilente montaña de bolsas negras de basura que esperan que se levante la protesta que mantiene atascado al camión de recolección de basura, dos niños y tres perros compiten por las sobras y desperdicios de comida. Se gruñen y muestran los dientes mutuamente, especialmente cuando alguno consigue algún premio. En ese momento un grito agudo “sale pa’ lla”, junto a una patada sentencian el fin de la alianza ancestral entre perros y niños. En otra montaña cercana de la misma cordillera está el papá también hurgando, solitario, entre las bolsas.

La familia no está en la calle. El papá no está desempleado. Tienen casa y trabajo. Él es un obrero de la construcción y los niños deberían estar en la escuela (aunque el padre lleva en la espalda el morral tricolor que el Ministerio del Poder Popular para la Educación repartió a los niños, con una muda de ropa para cambiarse al salir de la obra en la que trabaja), pero el dinero no les alcanza. No importa el aumento que el presidente Nicolás Maduro decretó recientemente. Aún no ha cobrado la quincena, pero ya la tiene toda comprometida. Va a comprar comida, pero no le alcanzará para algo más que unos pocos días. Trabajar en Venezuela no sirve para nada, pero la Revolución no lo sabe o no le importa. El presidente obrero, como le gusta autodenominarse, pidió el pasado martes a los trabajadores activarse para transformar el sistema económico del país. Pero la mayoría de los trabajadores está o en sus casas esperando que el Gobierno les lleve una bolsa de comida, o en las colas o en las pilas de basura. No podrán activarse.

La magnitud de la crisis económica y social en Venezuela es así de espeluznante. Y sigue deteriorándose.

Según Latinobarómetro, el porcentaje de personas que en los últimos doce meses no han tenido suficiente comida para alimentarse aumentó de 29% en 2015 a 71% en 2016. Pero aún faltan los peores meses del año.

Las esperanzas son un cadáver que yace en la morgue junto al referendo revocatorio presidencial. El arma homicida es el sistema de justicia venezolano (que anuló a través de sentencias de siete tribunales penales regionales la posibilidad de activar el referendo revocatorio presidencial), pero el autor intelectual es el Gobierno y su insaciable sed de poder. Poder infinito. Poder a cuesta de todo.

Habiendo sido despojados del referendo revocatorio, ahora vemos desde lejos y con el escepticismo de santo Tomás las conversaciones entre Gobierno y oposición facilitadas por la Unasur y la única institución que goza de la confianza de los venezolanos, la Iglesia católica. Ahí, el Vaticano y el mismo papa Francisco se juegan su prestigio, mientras la gente incrédula sobre la posibilidad de alcanzar acuerdo alguno pide un milagro. Al menos uno que restituya la sagrada alianza entre perros y niños, pues sabe que si no sucede, es muy posible que nos lleve el diablo. (O)