El más absoluto escepticismo domina mi vida, no creo en angelitos por no haber tenido la suerte de conocer a uno. Tampoco creo en fantasmas, extraterrestres, visiones o apariciones. Cuando me salvo de un peligro, lo atribuyo a la casualidad o a eso que llaman buena suerte. Sin embargo, existen miles de libros dedicados al tema. Les dan incluso nombres, se supone que existen siete arcángeles: Gabriel, Rafael, Miguel, Joftel, Zadquiel, Chamuel, Uriel. El tema, tomado muy en serio por numerosos escritores, los lleva a aconsejarnos hablar a menudo con nuestro ángel personal, aquel encargado de guiarnos, protegernos. Eso me sucedió cuando, siendo niño, tenía amigos imaginarios. ¿Tendrán ángeles de este tipo el presidente, los asambleístas?

Los franceses dicen que existe un ángel para los borrachos, aquellos achispados dipsómanos que desafían las leyes de la gravedad, adquieren el don de lenguas, cruzan la calle sin mirar, manejan su automóvil con los ojos nublados en medio del tráfico. El asunto me recuerda a cierto padre Saturnino torturado por la lascivia que sentía frente a Rosaura, su ama de llaves; lo salvaba in extremis un ángel canónigo que olía a vino de consagrar. La inspirada imaginación de Carlos Carrión es inagotable, pero todo lo que inventamos es cierto, diría Miguel Donoso Pareja. En caso de que existieran, ¿cómo serían los ángeles? Se los representa con alas, pertenecen generalmente al sexo femenino, lo que suena más atractivo, pues no me gustaría un ángel guardián que tuviese barba o bigotes. Según los expertos, las primeras versiones eran las de  seres andrógenos, aunque los posteriores ángeles cristianos fueron representados como hombres altos, esbeltos, con rasgos suaves, en ocasiones vestidos con túnicas especialmente diseñadas en torno a sus grandes alas blancas. Aquella ambigüedad no me gusta para nada. Al pan, pan y al vino, vino. Si existen los ángeles, algún sexo han de tener. Los poetas de media suela comparan mujeres bonitas, flores, ángeles, que sea la candidata australiana a Miss Universo o Fidelina Maclovia, reina de Chinguilamaca. ¿Al final, a quién le interesan las patochadas que van derramando si tienen las curvas requeridas, saben cruzar las piernas, poner sus siliconas en posición adelantada?

Denny Sargent en su libro Tu ángel guardián y tú afirma: “Lo que llamamos conciencia o intuición son nombres modernos para el ángel guardián”. Thomas de Aquino en su Summa Theológica ratifica que todos tenemos un ángel guardián encargado de ayudarnos a no caer en tentaciones. En este caso, el mío propio habrá hecho mutis por el foro cada vez que cometí una barbaridad. Una persona allegada a mí está convencida de que cierto santo siempre le consigue parqueo para su auto. A lo mejor será Judas Tadeo (nada que ver con Iscariote). Mi madre rezaba a san Antonio cuando extraviaba su monedero; a veces funcionaba, otras veces el santo se hacía el desenchufado. Si me perdiera en medio del océano, trataría de encontrar algo para arrimarme, avistar algún barco en vez de implorar a todos los dioses del Olimpo. No padezco alucinaciones, pero si me hablan de ángeles creo que saldré volando. (O)