Es impensable a la condición humana una fórmula distinta que la racionalidad para encontrar soluciones a los problemas emergentes. Y nada ni nadie conoce más que la política y los políticos esta urgente necesidad que viven hoy varios pueblos latinoamericanos. Desde la tribuna del insulto se ha venido gobernando con cierta holgura por los buenos precios de las materias primas, pero una vez que estas cayeron emergieron como la borra muestras de corrupción que la fiesta de los commodities había escondido por un buen tiempo. El malestar tomó las calles y lo que antes era tolerable pasó a convertirse en enormes masas descontentas por la subida de unos centavos en el precio del pasaje, como en Brasil.

En vez de recurrir a una estrategia de concertación, el poder de ocasión se atrincheró en una retórica confrontacional que lo único que ha logrado es crispar aún más los ánimos de la gente. No en balde ese aserto popular habla de que “al gato escaldado no le gusta el agua fría”. Lo derramaron en grandes cantidades y por ese camino despidieron a los Kirchner en Argentina y luego a Lula y Dilma en Brasil. Contra las cuerdas un Maduro que corre buscando la intermediación de un papa Francisco que recupere algo de racionalidad en una Venezuela desquiciada y agitada. No le queda mucho margen al pontífice que expresar sus buenos propósitos y aunque los jesuitas hayan nombrado un superior general de origen venezolano, es poco probable que las fuerzas en disputa lleguen a un punto de conversación que reencauce un diálogo cuya frustración acabó en decenas de presos políticos, entre ellos el valiente Leopoldo López.

Es poco probable que sin una epifanía singular Maduro logre entrar en razones y busque el camino del diálogo para dar voz a su pueblo, que quiere un referéndum revocatorio donde categóricamente le dirán a los chavistas que están hartos de ellos y que deben irse.

El Mercosur le ha perdido la paciencia y busca el mecanismo de librarse de una Venezuela que entró por la ventana luego de la suspensión de Paraguay. Ahora afirman que no llena los requisitos para ser miembro, por lo cual elegantemente le dirán que se vaya. A nadie interesa tener entre sus miembros a un adolescente camorrero, violento y violador de los derechos humanos. Afecta severamente a la marca y lo mejor sería sacarlo del círculo. Unasur no tiene margen de maniobra tampoco y la OEA ha sido más que categórica calificando al Gobierno venezolano de violar sistemáticamente el Estado de derecho. Es poco probable que sin una epifanía singular Maduro logre entrar en razones y busque el camino del diálogo para dar voz a su pueblo, que quiere un referéndum revocatorio donde categóricamente le dirán a los chavistas que están hartos de ellos y que deben irse.

Eso no quiere escuchar el poder e insiste por actores marginales al conflicto, ganar tiempo –el escaso que le queda–, mientras va pensando en soluciones cada vez más grotescas o escandalosas. No hay más espacio que el reconocer la única verdad: la realidad. La misma que les dice que no hay condiciones para continuar con la mascarada democrática. O asumen sus leyes o terminan en una confrontación armada de terribles consecuencias para ese país.

Mientras haya tiempo hay que buscar el diálogo. Cuando el tono mesurado puede permitir soluciones hay esperanzas, cuando emerge el grito solo queda espacio para el odio donde las amenazas, primero, y los atropellos a la libertad vienen como sistema.

La racionalidad debe ser reconquistada incluso en el peor de los escenarios, antes de que sea demasiado tarde. Hacerlo con los actores locales y no con los convidados del Vaticano debe ser la salida.

(O)