Hay días que la vida se desborda, hay tiempos en que el trabajo es ingrato, los amigos lejanos y las lecturas vanas. Épocas en que ninguna novela nos atrapa, ningún abrazo nos consuela, simplemente la incertidumbre lo copa todo. Si a esto sumamos un marido enfermo de noticiarios, unas hijas ausentes y unas angustias presentes, parece que nada nos salva. No hay más remedio que volver sin dudar a la poesía.

No hay mejor medicina, no hay otra opción que tomar al azar un libro de poemas, cualquiera. La estantería está tan desordenada como la vida, así que igual da si nos toca León Felipe, Dulce María Loynaz, Bruno Sáenz o Borges, da exactamente igual, lo único cierto será que el ruido aterrador del televisor que nos cuenta atrocidades, locales e internacionales, el enfermo noticiero se irá quedando mudo, poco a poco. Las horrendas imágenes de guerras, de refugiados, de muerte y las cínicas sonrisas de jeques, presidentes, fiscales y demás artistas se irán borrando lentamente, se irán alejando con vergüenza, dando paso a cualquier poema.

Aún no sé si soy yo la experta que siempre abre el libro y encuentra ese poema salvador, ese poema salvavidas que me tiende una mano, me da una palmada, me abraza y me hace a su vez volver a abrazar la vida, o al menos dejar de maldecirla. Aún no sé si es el poema el que me encuentra a mí, el que se abre frente a mis ojos como por arte de magia, me sacude y me grita ¡léeme! y yo caigo en su regazo con total sumisión.

Desde hace algún tiempo yo veía a mi silencioso sobrino José Alejandro Echeverría, editor de Rayuela y Novel Editores, reunirse con un señor, muy amable, a quien yo no había visto antes. De tanto verlo, un día me uní a su cafecito mañanero y me enteré de que se llamaba Andrés Maldonado y que juntos trabajaban en un libro de poesía. Como soy metiche y curiosa, poco a poco me fui interesando en su trabajo, descubriendo a dos personas en una. Dos personas que son distintas, pero es un solo Andrés: por un lado, un hombre de mediana estatura, y por otro, un poeta enorme. Por un lado, un ser sociable, dicharachero, lleno de anécdotas graciosas y desordenadas; y, por otro, un poeta puro, con una increíble capacidad de usar la palabra exacta en el verso preciso.

Fue así como este domingo, a la hora de la angustia, de la histeria consabida, del dolor de álgebra como yo le llamo, tomé el poemario Pretérito memorial de incertidumbres y abrí al azar en el poema con el que Andrés pondría su dedo en mi llaga para salvarme de un tirón:

Es soledad que encona y que lastima,
la que deja sin piso a la tarea
del delirio vacío que aproxima
lo incontengible de pasible idea
que en pasmo ajado, anima y desanima,
y que fácil nos lleva y nos sortea,
el derrotero de ser entre la gente,
uno más en soledumbre ingente.

Este libro se presentará mañana miércoles 26 en la Flacso, vale la pena ir. (O)