El INEC difundió cifras que revelan el grave deterioro de los indicadores de empleo en el país, en tanto el ministro del Trabajo reaccionó aclarando que “la tasa de desempleo se mantiene estable”. La moraleja es que si no se maquillan los números, al menos sí el discurso conforme a la tesis de que no hay crisis económica.

La realidad es que el registro de empleo pleno, subempleo y desempleo ha revertido a niveles de 10 años atrás, antes del segundo ciclo de boom petróleo (2007-2014), de modo que en este ámbito no hay década ganada sino perdida. Lo preocupante es la relación directa que existe entre el factor ocupacional y la pobreza que comienza a repuntar.

No caben sofismas para atenuar la contracción del mercado laboral.

Entretanto, el presidente pregona que gracias al Gobierno se descubrió la red de corrupción en Petroecuador, un mérito ajeno. La denuncia internacional de los Panama Papers de la firma Mossack y Fonseca fue producto de una prolija investigación de periodistas que pertenecen a lo que el mandatario critica generalmente como “prensa corrupta o mercantilista”, de modo que sería justo que reconozca su aporte.

Destacar que desde hace tiempo había venido circulando en redes sociales la denuncia contra dos jóvenes empresarios guayaquileños, que ventilaban por Facebook un estilo de vida de ricos y famosos, gracias a multimillonarios contratos petroleros. Más tarde, las mismas redes revelaron que el expresidente de Petroecuador, hoy procesado y preso, había sido detenido con un maletín lleno de dinero, primero se dijo que en Bogotá y luego en Quito; pero a pesar de la profusión de la noticia nunca hubo un pronunciamiento oficial, hasta que se destaparon las empresas de fachada.

Si el régimen hubiera tenido un verdadero compromiso en la lucha contra la corrupción, no se habría empeñado en coartar el periodismo de investigación con las cortapisas de la ominosa Ley de Comunicación que ha sido una herramienta eficaz para frenar incómodas relevaciones. La autocensura impuesta ha favorecido la opacidad de la gestión pública.

Pero el Premio Nobel al maquillaje se lo gana el agujero fiscal que ha sido tapado con un endeudamiento agresivo que bordea los 14 mil millones de dólares en el presente año. Mediante semejante artería, el Gobierno ha conseguido amortiguar la crisis postergando la adopción de medidas de ajuste, cuyo costo político tendrá que asumir el próximo gobierno. Y la víctima podría ser el propio candidato oficial (o algún otro de oposición).

Después de tanta propaganda sobre el Ecuador feliz y próspero, que de pronto iba a tener un sitial en el primer mundo (el jaguar de América Latina), aceptar el fracaso del modelo económico y político es un revés devastador. Pretextos los habrá y muchos; que la baja del precio del petróleo, la apreciación del dólar, el terremoto de Manabí y la falaz partidocracia que desconoce los avances; pero lo cierto es que van a entregar un país arruinado en lo económico, en lo institucional y penosamente también en lo moral.

Y la estrategia de la confrontación permanente deja a una sociedad escindida que desde su silencio clama por restañar heridas y dar vuelta a la página, a fin de restaurar una democracia en la que exista mayor tolerancia y la opinión ajena sea efectivamente respetada.

Un Ecuador despojado de maquillaje, de cara lavada. (O)