El debate sobre género y diversidad es interminable y cada tanto se enriquece con diferentes perspectivas, que responden a visiones políticas, éticas, ideológicas e incluso religiosas. Las estructuras sociales están en constante transformación, lo cual obliga también a una relectura de los derechos, su aplicación y los mecanismos a través de los cuales estos son garantizados.

Aspectos que hace apenas cincuenta años ni siquiera se debatían, hoy constituyen el núcleo de la discusión en esta materia. Estas nuevas visiones de los derechos deben partir de la constatación de realidades objetivas y no de supuestos abstractos o casos excepcionales. Aún más, incluso las definiciones deben someterse a revisión periódicamente, pues detrás de las palabras no solo existen conceptos, sino también visiones ideologizadas. Ya sobre esto advirtió en su momento Simone de Beauvoir en su Segundo Sexo, cuando pone de relieve la alteridad, como categoría fundamental del pensamiento humano y dentro de ese esquema, la ubicación de la mujer como el Otro, ese que se transforma en objeto, que se reifica, para utilizar la nomenclatura de la Escuela de Frankfurt, de manera que se asegura al menos su vasallaje. Para esto es fundamental comenzar por definirla como tal, asignarle una palabra y darle a esta un contenido que esconda su impronta ideológica, detrás de datos biológicos supuestamente verificables. Esto permitirá definir su rol, su lugar en la sociedad e incluso en la casa.

Primero se la define como mujer, como hembra, como aquella cosa con útero que se realiza e incluso sublimiza a través de la maternidad. Es entonces cuando ya podemos asignarle un lugar o un camino en el hogar, trazarle una ruta que va desde el lecho hasta la cocina. Podremos también decir a los cuatro vientos que el trabajo de ama de casa es muy duro y que lo respetamos como el que más, pero como señala la misma de Beauvoir, sacarle en cara a la mujer en la primera disputa, su condición de mantenida y su supuesta incapacidad de ganarse la vida por sus propios medios. Si ya no depende de nosotros, si por errores estadísticos logra posiciones relevantes en una sociedad manejada por quien la sojuzga, entonces trataremos de explicar su éxito también desde su genitalidad y su interacción con otros hombres, porque desde la lógica patriarcal imperante, una mujer solo podrá triunfar aprovechando su sexualidad. Más aún si osa exigir sus derechos a quien ya no la posee, a aquel que perdió su poder sobre ella. Es entonces cuando aparece la parte más oscura de esa alteridad, cuando la cosificación se vuelve más palpable. Cuando la hoja de ruta va desde su descalificación ética a la destrucción física. Cuando las violencias se tornan cada vez más evidentes. Cuando mostramos las fotos o videos íntimos con los cuales desacreditarla, como sucedió con Tiziana Cantone, quien terminó suicidándose luego que su exnovio difundiera en redes sociales un video en el que aparece haciéndole sexo oral a otro muchacho. O como a Lucía Pérez, joven argentina quien a sus 16 años se fue con dos expendedores de droga a una suerte de celebración privada, y se le ocasionó la muerte al introducirle un palo por sus genitales y llegar casi a la altura de su pecho, destrozando cuanto órgano encontraron a su paso. Su corazón dejó de latir, cuando la brutal acción superó el umbral de dolor que su cuerpo adolescente podía soportar.

“Por putas les pasó esto” se leyó a más de uno, a la hora de explicar semejantes actos de bestialidad. Es que el hombre no es culpable en estos casos, como dice el tango 34 puñaladas, la culpa es de la víctima. ¿Quién le manda grabarse un video haciendo una felatio a quien no es su pareja? ¿Qué hacía una chica de 16 años con un par de vendedores de droga, en lugar de estar en su casa? La palabra “puta” aparece como la explicación diáfana de estos acontecimientos. Porque es su moral sexual la responsable de lo que pueda pasarle, porque si ellas no se cuidan, lo natural es violentarlas, porque si se va con compañías poco recomendables, es normal que termine vulnerada o muerta, como explicó una exfuncionaria de Gobierno la muerte de dos mochileras argentinas en Montañita. La responsabilidad de la víctima es evidente, para un buen grupo de imbéciles que ha naturalizado la violencia de género y la considera aceptable. Pero existe otro peor, uno en el que casi todos hemos militado, los del “no todos los hombres son iguales” o del “toda forma de violencia me es repudiable”. Aquellos a los cuales ridiculiza Hernán Casciari en su imperdible #MeHagoCargo y a los que me referiré en mi próximo artículo. Nos vemos en 15 días. (O)

 

Las estructuras sociales están en constante transformación, lo cual obliga también a una relectura de los derechos, su aplicación y los mecanismos a través de los cuales estos son garantizados.