¿Por qué –se pregunta uno– ahora persiguen a unos funcionarios que, hasta hace poco, eran calificados como honestos? Bueno, a uno lo agarraron pero a otro lo dejaron salir para que se tome unas largas y merecidas vacaciones.

¿Por qué? La respuesta parecería obvia: porque esta larga etapa de dictadura está próxima a llegar a su fin y, en la campaña electoral que sin pudor realizan los candidatos oficiales pero que todavía está proscrita para los demás, existe la necesidad de dar algún indicio de que el gobierno de la revolución ciudadana es el más honesto que ha existido en nuestra historia.

El uno preso y el otro de vacaciones. Son dos por un mismo hecho: los cerca de dos mil millones de dólares alegremente invertidos en la repotenciación de la refinería de Esmeraldas.

Dos perseguidos, para estos efectos, son multitud. Porque durante estos diez últimos años todos quienes ejercieron alguna función pública son de manos limpias. Pero hay dos que ¡horror!, las tienen manchadas con betún, con brea. Y el Gobierno –tan perfecto, tan de mentes lúcidas y corazones ardientes– nos las muestra con sus uñas largas, curvas y ennegrecidas.

¡Ahí están quienes traicionaron la confianza de la revolución y se dejaron tentar por el dinero!, pregonan las voces oficiales.

Lo demás –todo lo demás– no existe. Nadie usufructuó nunca de los centenares de contratos entregados a dedo. Nadie. Nadie –solo o como integrante de una trupé de festivas caravanas– hizo viajes al exterior sin justificación. Nadie compró helicópteros inapropiados. Nadie. Nadie se favoreció con las múltiples declaratorias de emergencia. Nadie ocupó un cargo burocrático inútil y, además, cínicamente colocó en altos puestos a sus familiares más cercanos. Nadie se benefició con la compra de bienes para el Estado. Nadie. Nadie negoció ambulancias inservibles. Nadie envió drogas al exterior en valijas diplomáticas. Nadie pagó sobreprecios por medicamentos ni recibió coimas por la construcción de edificios, carreteras, escuelas, hidroeléctricas, universidades y hospitales. Nadie. Nadie usó la justicia para perseguir, acallar, sancionar a los opositores. Nadie sacó gruesas tajadas del despilfarro del que se hacía gala, como si la riqueza petrolera hubiera sido un botín que alcanzaba también para llenar sus faltriqueras. Nadie, en fin, milagrosamente revolucionó su estilo de vida y pasó de pobre a millonario con mansiones en el interior y cuentas en el exterior. Nadie.

Solo dos tendrán su conciencia –si la tienen– sucia. Solo dos.

Todos los demás duermen tranquilos, pensando que lo mucho que ganaron se lo tienen merecido: por algo guardaron silencio, bajaron la cabeza, obedecieron y se mostraron sumisos durante diez años, en aras de una revolución que les permitió usar los fondos del Estado como propios, sin que ningún funcionario, ningún organismo les pidiera cuentas.

Más temprano que tarde seremos testigos, entre impotentes y atónitos, cómo otros funcionarios, de esos muchos que se dejaron tentar por el dinero, irán colocándose en la larga de fila de pasajeros que, con sombreros de paja toquilla, gafas de marca, bermudas, zapatillas de lona y camisas hawaianas, se trepan en primera clase con destino a diversas playas donde esperan pasar sus impunes vacaciones. (O)