Me alegró sobremanera que se haya otorgado el Premio Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos.

La paz es una tarea compleja, cualesquiera que sean los conflictos que se tratan de terminar, pero cuando se trata de un conflicto armado que lleva más de 50 años, que ha desplazado a más de 6 millones de personas y ha costado la vida de más de 220.000 colombianos, la tarea es difícil y con infinidad de escollos, políticos, militares, sociales, además de religiosos. Se suman resentimientos, odios, miedos y esperanzas. He repetido varias veces que admiro al pueblo colombiano, su capacidad de resiliencia, su creatividad, su alegría, su preparación, su anhelo de justicia, su “berraquera”.

El presidente Santos ha trabajado y acompañado de cerca a dos expresidentes, Álvaro Uribe y Pastrana, dos portavoces del No en el plebiscito, ha sido ministro en sus respectivos gobiernos, ha combatido a las FARC desde el área militar y sin embargo ha promovido sentarse con ellos en diálogos que pudieran llevar a la paz, durante cuatro años.

Hay un común denominador en su accionar político. El tema de la paz se encuentra siempre presente en sus propuestas. Estas cambian con el tiempo, pero no son propuestas improvisadas al calor de acontecimientos recientes. Parece ser una brújula que lo guía. Y cuando los políticos se ponen al servicio de las grandes causas de un país, son capaces de avanzar, rectificar, escuchar, esperar, retroceder si es necesario, pero no abandonan la tarea, merecen reconocimiento y respeto.

“La paz no cierra los ojos, sino que los abre”, dijo ese otro gran premio nobel colombiano Gabriel García Márquez, y los abre a la realidad para abarcar de ella lo más posible. No es un punto de llegada, es un punto de partida. Es la condición que junto con buenas condiciones económicas permite construir convivencia y restaurar el tejido social de un país.

Uno de los temas más complejos cuando se trata de poner fin a un conflicto tiene que ver con la justicia. La justicia concreta, no el concepto abstracto. La justicia que da a cada uno lo que cada uno necesita para poder rehacer su vida, ponerse nuevamente en marcha cuando ha sido paralizado por años de enfrentamientos, muertes, dolores, miedos y despojos. En el conflicto armado colombiano los culpables no están de un solo lado, por eso es tan importante escuchar y aprender de las víctimas. En una entrevista, Santos sostiene que pensó que iban a ser las más duras y han sido las más generosas, las más dispuestas a perdonar. Cuando le preguntaron a la viuda de Guillermo Cano si ella había perdonado, ella respondió: “¿Perdonar? Nadie me lo pidió. En todo caso, el perdón no justifica el acto de matar. Lo que hemos querido es que los hijos y los nietos no vivieran con ese dolor; que vivieran sin rencor, sin ganas de venganza. Nadie me ha pedido que perdone, y no se trata de perdonar o no, de lo que se trata es de reconciliarnos con la humanidad y ofrecer eso a las generaciones futuras”.

Hay un largo camino todavía para poder encontrar los cauces de la justicia reparadora y restaurativa. Pero Colombia podría ayudarnos a encontrar el camino y marcar un hito importante en la tarea siempre nueva y desafiante de construir la paz, para la que no hay ministerios ni funcionarios que estén siempre pendientes de su construcción. Hay ministerios de Defensa, de Justicia, de Policía, pero no existe ministerio de la Paz. (O)