Acaba de morir en la ciudad de Quito la librera y escritora Mónica Varea, columnista de este Diario. Poco se sabe sobre la causa de su muerte, pero según declaraciones de su atribulado marido... (Nota del editor: antes de publicar esta noticia confírmese lo de atribulado, podemos tener problemas con el Cordicom por faltar a la verdad, parece un poco exagerado).

Las circunstancias que rodearon al acontecimiento no están claras. El esposo, de quien respondía al alias de Moca, sospecha que se trató de un homicidio no tan simple porque la muerte fue terrible, murió aplastada por el peso enorme de la burocracia tanto pública como privada.

El fiscal general de la nación que llegó a la escena del crimen dijo que la ahora occisa fue hallada de culito dorsal, o sea boca abajo. La cantidad de documentos, actas, papeletas de depósito, declaraciones, escrituras, retenciones, facturas, seguros de salud, notas de crédito y débito, estados de cuenta, conocimientos de embarque, inventarios, guías aéreas, roles de pago, reclamos administrativos y demás documentos contables que se encontraron sobre su cuerpo inerte eran de un peso tal que terminaron por asfixiarla. “Lo único que no hemos descubierto han sido Panama Papers”, afirmó sorprendido el funcionario. Tal vez debido al sistema de facturación electrónico también se encontró, encima de la montaña de papeles, una gigantesca computadora en la que claramente se veía que al momento de su muerte la difunta navegaba en el portal del SRI. Las autoridades se inclinan a pensar que se trata de un suicidio por algún reciente comentario en su cuenta de Twitter, en la que la infeliz escribió: “Creo que ha llegado mi hora de cambiar de sueños, los viejos me están agotando y los rotos no tienen componte”.

Un pequeño altercado se dio entre el viudo y el agente de Policía encargado del caso, quien al comprobar que la finada al morir pesaba cien libras y tenía 58 años, comentó: “Uta, más lo que joden, si ya ha sido vieja y casi casi calavera, pues”.

Por lo pronto están detenidos su abogado a quien encontraron dándole masajes al corazón; su agente afianzado, quien le dio respiración boca a boca, y su oficial de crédito, que intentó maquillarla para disimular el nivel intelectual y la palidez cadavérica.

Un testigo, que no quiso dar su nombre, afirmó que la ahora occisa era víctima de acoso no sexual por parte de algunas entidades de crédito que la perseguían ofreciéndole préstamos y tarjetas de crédito de todos los colores.

El problema más grave lo enfrentan ahora sus herederas, que no podrán tener la posesión efectiva de los bienes porque alias Moca no firmó el testamento con tinta azul y porque la copia de su cédula no era en color, razones suficientes para invalidar el documento. Otros afectados son los lectores que frecuentaban la librería de la difunta, quienes han comentado que se sienten huérfanos porque la tienda permanecerá cerrada hasta que se resuelva el caso.

Hasta el cierre de este noticiario no se ha realizado el levantamiento del cuerpo, porque la contadora aún no acaba de clasificar los papeles bajo el peso de los cuales murió la escritora. (O)