Somos parte de una sociedad que resalta hasta decir basta la figura de las autoridades para todo bien y mal de nuestra comunidad. En ese personalismo se encarna el desarrollo o la debacle y en cada periodo electoral resurge la necesidad de un líder regenerador que venga a arreglarlo todo. Ese anhelo del ciudadano es compatible con el de la autoridad, es decir el de transformarse en ese ser que se torna imprescindible para el progreso. De esta forma, los aspirantes al poder nos plantean su imperante necesidad de contribuir a la sociedad, de entregarse genuinamente al pueblo para transformar aunque sea la mínima circunscripción y demostrarnos que podemos vivir un nuevo mundo bajo su mandato. Entonces surge la contradicción, pues si no es desde ese espacio de autoridad al cual aspiran acceder o conservar no resulta tan atractivo entregarse al pueblo.

Este personalismo lo encontramos plasmado en todos los rincones de nuestro Ecuador, en mayor o menor medida se exacerba la imagen de la autoridad y lamentablemente con recursos públicos, de la manera más natural, sin impedimento por los organismos correspondientes. Nombre y figura de la autoridad se transforman en las propias de la institución, llevándose a cabo una campaña individual permanente en la difusión de la administración pública, es decir publicitan obra pública con logotipo personal.

Particularmente, recorriendo la provincia de El Oro es fácil sorprenderse de sus maravillas naturales y urbanas pese a la grosera contaminación visual de la publicidad que invade los espacios públicos con promoción de nombre e imagen de las autoridades de los diversos niveles de administración pública. Por ejemplo, plasmados para la inmortalidad en el hierro forjado de las luminarias, en las tapas de alcantarillas, impresos en las cuentas de los servicios básicos, en camiones recolectores de basura, bordados en los uniformes de los funcionarios, en gigantografías solamente para decir “estamos trabajando por usted” en fin, en los lugares más inverosímiles se puede encontrar este narcisismo de la autoridad de turno, alcalde, presidente de la junta parroquial, dirigente barrial, sindical, irónicamente cada uno en su nivel y con su cuota de poder hace uso y abuso de fondos públicos para su propia promoción, dejando un mensaje clientelar claro, el caudillismo es la forma más eficaz de hacer política. Lo sorprendente es que estas prácticas de ética cuestionable se naturalizan y forman parte de la rutinaria forma de gobernar en muchas provincias y bajo cualquier color político.

El Código de la Democracia en su artículo 207 prohíbe la exposición en espacios audiovisuales, que impliquen la utilización de recursos públicos de la imagen, voz y nombres de personas que se encuentren inscritas como candidatas o candidatos; una normativa insuficiente pues no impide a los funcionarios del sector público y privado que administran bienes del Estado incurrir en este tipo de prácticas fuera del periodo de campaña electoral. La Contraloría General del Estado tiene la facultad de establecer responsabilidades si se comprueba infracción analizando cada caso, sin embargo y a todas luces no logra disuadir la propaganda personal de la autoridad con recursos públicos en obras de la institución que administra.

Esta cultura política basada en el personalismo de líderes, alimenta el ego de quienes se creen imprescindibles para el desarrollo de sus territorios y buscan garantizar su permanencia en el poder desde el imaginario de sus pobladores, demostrando mayor interés en hacer de la gestión pública un espacio para resguardar intereses personales o políticos, mientras la ciudadanía acostumbrada al bombardeo publicitario de sus autoridades, poco hace por denunciar este tipo de abusos a los organismos de control. Por sus obras los conoceréis, con su nombre e imagen en cada rincón.