Es el tema de moda hoy en el mundo del urbanismo. Los municipios locales no escapan a esta temática. Sus presupuestos y proyectos giran en torno a la movilidad, reestructurando la infraestructura vial e implementando nuevas alternativas de transporte para los ciudadanos. Sin embargo, estos proyectos no demoran mucho en volverse a congestionar. Mi primer artículo como invitado en este diario se titulaba ‘El puente’. En él hacía referencia a la ampliación del puente de la Unidad Nacional, y compartía mis dudas sobre su efectividad a largo plazo. Con el tiempo quedó demostrado que los congestionamientos no pudieron ser erradicados para el plazo pronosticado.

El problema en general radica en que la mayoría de los proyectos relacionados con el flujo de vehículos, personas y carga se fijan solo en la movilidad, y no en los factores que provocan la aglomeración. Dicho de otra forma, procedemos de manera equivocada, cuando interpretamos al flujo vehicular como un problema en sí, en lugar de entenderlo como el síntoma de un problema mayor, de naturaleza urbana.

Aparentemente, esta situación ya quedó clara en el caso del sector Guayaquil-Samborondón-Durán, donde ya no se apuesta a un solo puente con muchos carriles. La construcción de nuevos puentes sobre el Guayas y sus afluentes busca eliminar la imposición de un solo recorrido para todos e incrementar las opciones de conectividad. Cosa parecida pasará en nuestra capital, con la crisis de conectividad entre Quito y los valles orientales. El tiempo forzará a las autoridades a pensar en incrementar las conexiones, ya sean estas nuevas rutas o nuevos medios de transporte, entre los dos polos urbanos. Cualquier proyecto que pretenda resolver un problema urbano regional de manera puntual está condenado al fracaso.

Toca entonces desmitificar muchas de las cosas que se dan por ciertas en la actual cultura urbana de nuestras ciudades.

Lo primero que debe hacerse para disminuir los congestionamientos de tránsito en nuestras ciudades es reestructurar las regulaciones de uso de suelo. Se debe incentivar que las actividades de los ciudadanos se encuentren en radios de menor distancia. Los planes urbanos integrales deben promover los espacios de trabajo cercanos a las áreas residenciales; lo mismo debería ocurrir con los espacios destinados al consumo y a la recreación. Una reducción de los impuestos prediales, condicionada a un uso específico del suelo, puede ser una herramienta persuasiva para ello.

En segunda instancia se debe incrementar la cantidad de alternativas, en lo que a medios de transporte se refiere. Un aspecto fundamental es que los diferentes medios de transporte trabajen relacionados entre sí. Los usuarios de un transporte público deberían poder pasar a otro medio, de manera amigable, y sin tener que pagar un pasaje adicional. La movilización peatonal y el uso de la bicicleta deben ser promovidos, pero mejorando las condiciones ambientales y la calidad del aire en las vías destinadas a ciclistas y peatones.

Cuando las personas califican a las ciudades como “selvas de cemento” se están refiriendo a la forma desorganizada en que crecen los eventos urbanos. La planificación urbana debe ser quien dé la pauta de un crecimiento organizado, programado y dócil. (O)