En Quito fui abordado por un amigo que me dio información sobre el servicio sacerdotal nocturno, gratuito, que está operando en esa ciudad, desde hace pocos meses, con la autorización de su arzobispo, monseñor Fausto Gabriel Trávez, y con el entusiasta apoyo de sus obispos auxiliares, monseñores René Coba y Danilo Echeverría.

Como puede leerse en la red, su sede está en la Basílica del Voto Nacional, en la zona central de esa ciudad, cuenta con una línea telefónica gratuita, donada, en la cual se receptan las llamadas de emergencia, durante todos los días, incluyendo feriados, desde las diez de la noche hasta el amanecer a las seis.

El grupo que atiende cada noche está integrado, por lo menos, por un sacerdote y cuatro laicos varones voluntarios.

Al recibir la llamada, pidiendo el servicio, el sacerdote y dos de los laicos se dirigen a atender a la persona enferma o accidentada, mientras los otros permanecen en la sede, atendiendo nuevas llamadas, al tiempo que oran por la salud y el alma de las personas para quienes se ha pedido el servicio.

Se trata de un apostolado de la Iglesia católica que consiste en atender, durante la noche, a quienes necesitan recibir, de emergencia, el santo viático, el bautismo o los santos óleos, mediante el sacramento de la unción de los enfermos o extremaunción.

Cabe recordar que, para los católicos, este último sacramento constituye un don particular del Espíritu Santo, que provee las gracias de consuelo, paz y de ánimo para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de fragilidad por la vejez.

También renueva la fe y confianza en Dios y fortalece contra las tentaciones, especialmente del desaliento y de la angustia ante la muerte.

La asistencia del Señor procura conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios. Pero, fundamentalmente, prepara cristianamente a las personas para el paso a la vida eterna.

Las personas católicas no siempre viven en estado de gracia, ni frecuentan los sacramentos de la penitencia y la eucaristía, olvidando o postergando la necesidad de regresar a ese estado, de manera que ante el peligro de muerte, que se puede presentar de manera imprevista, por enfermedad aguda o accidente, su espíritu puede desasosegarse y tal vez turbarse de tal manera que agudice su gravedad o provoque un colapso.

Ante el tropel de los recuerdos de malas acciones o de omisiones siempre egoístas, que pueden aglomerarse en la memoria, perturbando el espíritu, a las personas que se encuentren en tales circunstancias bien les vendría la gentil y afable atención de un sacerdote que ayude a encontrar serenidad y paz.

Sin duda, me parece un servicio que debería multiplicarse en ciudades y campos, pero que requeriría no solamente de la planificación episcopal, del personal sacerdotal apropiado, sino también del contingente de laicos comprometidos pastoralmente.

¿Se logrará generalizar el servicio sacerdotal nocturno? ¿Sería tan amable en darme su opinión?

(O)