Alberto De Guzmán Garcés*

En la medida que se aproxima la fecha para la conferencia mundial sobre desarrollo urbano y vivienda, Hábitat III, a realizarse en Quito, escucho cada vez más publicidad oficial que invita a que los ciudadanos participemos de este evento que se lo califica de crucial para el futuro. No logro entender el propósito de esa publicidad. Esta conferencia es promovida por las Naciones Unidas y se celebra cada veinte años; reúne a autoridades, expertos y formuladores de políticas públicas de todo el mundo, para evaluar los progresos alcanzados en esas materias desde la última reunión y proponer políticas y metas para las dos próximas décadas.

La anterior fue en Estambul. El Ecuador participó y llevó una ponencia sobre el rol del Estado respecto de la vivienda orientada a una mayor participación privada en la producción, comercialización y financiamiento de vivienda para familias de menores recursos; esa ponencia representó un cambio radical en la política pública ecuatoriana. Con base en ella, posteriormente se instrumentaron los subsidios directos a la demanda, conocidos como el Bono para la Vivienda; el bono es esencialmente una ayuda que el Estado da a las familias pobres para cerrar la brecha entre su capacidad de pago y el valor de una vivienda en el mercado. Políticas similares se han desarrollado en varios países, pero el modelo ecuatoriano se diferenció del resto por la activa participación de los bancos privados, desde la captación de los ahorros, el procesamiento de las postulaciones y la concesión de pequeños créditos hipotecarios para completar el financiamiento. La prueba piloto fue un éxito: con 60 millones de un crédito del BID se impulsaron 25 mil nuevas viviendas y se mejoró otras tantas, a más de dejar diseñado un programa de mejora de barrios.

Seriamente propongo que, con modestia y dignidad, presentemos lo que Hogar de Cristo hace por la vivienda de los más pobres.

En una columna anterior ilustré, mediante una triste historia, cómo esa política, que en su momento fue una promesa y una esperanza, ha colapsado por una conducción miope y errática y por el fracaso del financiamiento para proyectos de vivienda social por parte del Banco del Estado, que no tiene nada que mostrar, excepto su enorme incompetencia. Otro botón de muestra del fracaso del Gobierno en materia habitacional es el proyecto Socio Vivienda, emprendido en Guayaquil. Ambicioso y enorme plan de vivienda concebido como el mascarón de proa del régimen y para competir con Mucho Lote del alcalde, hoy está paralizado y muestra sus costuras. La primera fase es deprimente; unas casitas apretadas y asfixiantes con fuertes reminiscencias a campo de concentración. Un empresario comprometido propuso el rediseño del proyecto para incluir espacios verdes y públicos, equipamientos comunales y retiros; en fin, aire. Se logró la construcción de una primera parte de este rediseño, paralizado ahora por falta de financiamiento. Las casas de Socio Vivienda no se podrán escriturar, pues no cuentan con las aprobaciones municipales. A principios de año la prensa reportó la inundación de la primera fase, por una infraestructura sanitaria deficiente; hace unas semanas se informó de un operativo policial para combatir la delincuencia, tráfico de sustancias y personas, que se ha entronizado en Socio Vivienda. ¿Es de esto de lo que hablaremos en Hábitat?

En eventos así, el país anfitrión se esfuerza por mostrar iniciativas que sean un aporte relevante. De hablar con profesionales que están vinculados con esta importante reunión, he sabido que la ponencia que el Gobierno llevará es la Ley de Ordenamiento Territorial, Uso y Gestión del Suelo. ¡Por favor! ¿Es que esa ley centralizadora, invasora de competencias locales, que va en contravía de la historia, que crea una monstruosa superintendencia de control, va a ser nuestro aporte? Tal parece que no solo hemos perdido el sentido de las proporciones sino también el del decoro. Es que una década después y miles de millones de gasto, no tenemos nada que mostrar. Seriamente propongo que con modestia y dignidad, presentemos lo que Hogar de Cristo hace por la vivienda de los más pobres. Sí, esas casitas de caña, que por más de cuarenta y cinco años silenciosamente resuelve los problemas de los marginados; se ha demostrado sostenible y humana. Ahora que la borrachera se acabó, debemos repensar estas cosas. Al menos nos queda para mostrar el escenario de Quito que, pese al maltrato de propios y ajenos, sigue siendo único.

* Miembro del Contrato Social por la Vivienda. (O)