Para actuar de manera activa es necesario tener contacto con algún formato de periodismo. Es posible y aconsejable, por algún viaje o por completar una tarea urgente, dejar de leer o de mirar noticias. El silencio y el no-saber también se agradecen. Pero, como nadie puede existir aislado a lo Robinson Crusoe, hay necesidad de volver a esta cotidianidad abrumada por inimaginables formas de sufrimiento personal y colectivo. La crónica es una de las prácticas comunicativas más eficaces del periodismo porque, basada en la investigación en archivos y en la interpretación de experiencia vividas, abre el mundo en su compleja dinámica.

Uno de los maestros del periodismo narrativo es el argentino Martín Caparrós. Su libro Lacrónica (Madrid, Círculo de Tiza, 2015) es una antología de sus textos más potentes que comprueba que el buen periodismo escrito –aunque esté referido a circunstancias concretas que se pueden señalar como coyunturales (pues relatan sucesos ya pasados)– sigue produciendo, a pesar del correr del tiempo, el estremecimiento de lo real: como sucede con la gran literatura. Para armar este volumen, Caparrós seleccionó 22 crónicas que vienen precedidas por reflexiones que aclaran las circunstancias de su composición y el sentido de la narración periodística.

Caparrós insiste en relievar la lectura: “Me sorprenden personas que quieren ser periodistas y no leen: como un aprendiz de pianista que se jactara de no escuchar música. No se puede escribir sin haber leído demasiado; no se puede pensar –entender, organizar, hablar– sin haber leído demasiado”. Caparrós nos conduce por ámbitos distintos y novedosos; por ejemplo, muestra los entretelones de los ejércitos de la coca en Bolivia por medio de una conversación con el entonces dirigente sindical Evo Morales, para quien la coca que se convierte en cocaína que se va al Primer Mundo es una especie de venganza de Atahualpa.

Estremece la escena de unos argentinos que salen a hacer ejercicio y se encuentran, de sopetón, con el general Jorge Videla que también está “trotando por acá como si nada hubiera pasado”. Nos reconocemos en la Lima de los tiempos senderistas cuando la industria más próspera fue la de instalación de rejas y de protección para los inmuebles. Nos conmueve un viejo violinista, refugiado de la revolución cultural china, que toca Cielito lindo en una plaza de Hong Kong. Y nos sorprende la revelación de que los paladares habaneros se llaman así porque, cuando empezaron, causaba furor una telenovela brasileña en que la protagonista tenía la cadena de restaurantes El Paladar.

Según Jorge Carrión, la poética de Caparrós es “el cuestionamiento incesante, por momentos impertinente, en perpetuo desafío”. Caparrós –que tiene formación de historiador– entiende así este género periodístico: “Yo lo llamo Lacrónica; algunos lo llaman ‘nuevo periodismo’. Es la forma más reciente de llamarlo, pero se anquilosó. El nuevo periodismo ya está viejo. Se conformó hace medio siglo, cuando algunos señores –y muy pocas señoras todavía– decidieron usar recursos de otros géneros literarios para contar la realidad. Con ese procedimiento armaron una forma de decir, de escribir –que cristalizó en un género–”. Lacrónica es otra forma de pensar. (O)