Consciente de la situación que se vive en nuestro país a raíz del terremoto quiero reflexionar sobre estas dos realidades aparentemente opuestas.

Dolor, sufrimiento, congoja, pena, tristeza, frustración, nostalgia y también desesperación y angustia son manifestaciones del mismo sentimiento ante una desgracia, pérdida, duelo, tragedia o injusticia que se presentan en la vida.

Las crisis o estancan y paralizan o impulsan y desarrollan potencialidades. De hecho, vemos cómo las personas quieren levantar sus casas de los escombros del terremoto… Cómo una tragedia despierta la ayuda solidaria… cómo se fortalecen las personas después de una experiencia triste en la cual aprendieron a perdonar… y ¿cuántos que en el dolor encontraron la verdad y se acercaron a Dios?...

A pesar de ser una constante en nuestro existir, ningún dolor es comparable a otro. La experiencia del sufrimiento es individual, diferente para cada persona y única… El sufrir nos permite entender mejor el dolor ajeno y aumenta nuestra capacidad para respetar y no juzgar la forma como otros lo viven… Es casi imposible no crecer en el dolor y mejorar como personas, ser más comprensivos y misericordiosos.

Cada uno de nosotros aprendió en la familia de origen la manera de sobrellevar el dolor, la aceptación o no de él. Las expresiones y reacciones ante el dolor son aprendidas en nuestras vivencias con los mayores. Por eso a veces puede ser difícil entender, aceptar y no criticar la manera diferente como nuestra pareja, familiares políticos u otras personas llevan un duelo.

Es importante respetar esa diversidad de manifestaciones y no culpar al que llora demasiado o al que no llora porque cada cual se expresa a su modo.

La alegría es otra realidad del amor y mucho más fácil de explicar y entender. La alegría y el gozo intensifican la vida y deseos de vivir, mientras que la pena puede hacer desear no seguir…

Estas dos realidades de la existencia están presentes en la vida familiar. Nuestra tendencia es darle más atención a un dolor de nuestros hijos que a sus alegrías. El mundo de los niños es el juego y en medio de las preocupaciones y tareas de los adultos puede ser difícil compartir su risa fácil, su entusiasmo que influye incluso en su desarrollo físico.

Reír con los que amamos, gozar de sus alegrías pequeñas o grandes es tan importante como acompañarlos en las preocupaciones propias de su edad, que a veces no tomamos en cuenta porque “no son tan grandes como las nuestras”.

El dolor despierta más solidaridad que la alegría, pero es admirable cómo en la recuperación de los perjudicados por el terremoto, así como se ha atendido el trauma del impacto, también se ha llevado optimismo con el apoyo material y humano y con los espectáculos artísticos.

La solidaridad demostrada no puede parar, necesita mantenerse aún por muchos años más porque la tragedia ha sido enorme. Los corazones de quienes se entregan generosamente tienen que acostumbrarse a compartir tanto el dolor como la alegría. (O)