El 18 de noviembre del año anterior recordé el natalicio de mi padre y con ese pretexto parte de sus enseñanzas. ‘Mijo’ es la contracción de ‘Mi hijo’ y así llamaba Máximo David a cada uno de sus diez hijos. Pertenezco a una época que ha sido atropellada por la estampida del apuro, carente de refugios para la reflexión. Se ha llegado a la demencial creencia, en Ecuador, de que la verdad se proclama los sábados, ex cathedra. El resto de días, los acólitos y amanuenses del régimen se nutren de esa fuente, de ese espacio nacido para crear un pensamiento único que alimenta a jueces, contralores y fiscales, pensamiento que propone, dispone y sentencia a la vez y que es difundido en los medios de comunicación social, públicos y privados, pagados por todos los ecuatorianos.

Imposible olvidar a mi viejo que, sin declarar que su palabra era sagrada, me ayudó a construir mi hoja de ruta: “Mijo, nacimos para ser libres, no nacimos libres, la libertad es una conquista. Si tú no rompes cadenas y no luchas por ganarte tu libertad, nadie te la regalará. No permitas que alguien se adueñe de tu libertad. Recibirás propuestas. Un cargo público puede ser la hipoteca de tu libertad. Sirve a tu país mediante tu trabajo honrado, pero jamás permitas que alguien se adueñe de tu manera de pensar o que te roben la libertad de decir lo que piensas, de hacer públicas tus opiniones”. Nacer con una brújula y conocer el norte fue el mejor equipaje para mi travesía. Leía ayer la Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 19: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones...”.

-Miro con estupor la enajenación de conciencias y las genuflexiones como indispensables signos de pertenencia a un colectivo que trastoca valores constitutivos y constitucionales.

-Asisto a una de las peores administraciones públicas, a sabiendas de que en el pasado, en repetidas ocasiones ya se escribieron páginas que nos llenaron de estupor y vergüenza; peores porque nuestras instituciones, al haber sido reducidas a antesalas del poder central, reniegan de sus obligaciones; porque al ‘haber metido la mano a la justicia’, con descaro y alevosía, se ha destruido una función llamada a garantizar el imperio de la ley, función que en Brasil y Argentina permiten, con ciertas dificultades, que lentamente empiece a conocerse la profundidad y anchura del foso de la corrupción, aspectos impensables, por ahora, en Venezuela y Ecuador; peores porque hemos sido testigos de la actuación de una Asamblea Nacional, obediente y no deliberante, en aspectos de vital importancia para el presente y futuro del país.

Cuando era presidente León Febres-Cordero R., escribí en este diario diez artículos, pungentes y críticos, que evaluaban su gestión pública. Nunca supe de su reacción, pero un buen día, pasados los años, él insistió en que yo fuera su primer director de Justicia y Vigilancia de Guayaquil (1992). Intento, próximamente, evaluar ‘la década ganada’ de RCD.

“El sabio puede sentarse en un hormiguero, pero solo el necio se queda sentado en él”, proverbio chino. (O)