Es común la imagen de una familia en la que todos sus integrantes están concentrados en sus dispositivos tecnológicos y no conversan entre sí.

Cada uno es un mundo aparte y lo único que comparten es el techo. Nada más, ni una palabra. Algo así pasaba con mi familia hasta que un día mis papás nos propusieron que nos desconectáramos de la tecnología un día de fin de semana.

¿Qué nos sucedió? Al inicio todos estábamos inquietos. No sabíamos qué hacer. Estábamos desesperados por dar movimiento a nuestros dedos, acostumbrados a tener el celular en las manos.

Luego, todos nos reunimos en la sala. Lo primero que comentamos fue la pena de la falta del internet. Entonces comenzaron las anécdotas de la semana. Me enteré de cómo están mis papás en sus trabajos y nosotros les contamos cómo va la escuela.

Tras las risas decidimos salir a hacer deporte. Ya en la comida, por primera vez, no hubo ningún teléfono sobre la mesa. Y en la tarde terminamos todos en la habitación viendo una película.

Pienso que esta actividad funcionaría espectacularmente como una terapia familiar. ¡Qué sano y reconfortante es compartir y crecer como familia!

Las redes sociales, como todos sabemos, nos han permitido comunicarnos con personas que están a cientos de kilómetros alejadas de nosotros, pero también ha ocasionado que nos desconectemos de quienes están a nuestro lado.

Además, la información que obtenemos del internet no siempre es adecuada, pues hay quienes buscan abusar de niños indefensos a través de la red. Eso aprendí de mis padres y profesores.

También están los juegos online, que pueden convertirse en una adicción sin que nos percatemos.

Por todo esto, creo que es necesario desprendernos un poco de la tecnología para que, guiados por nuestros padres, aprendamos a usarla correctamente, para que esta nos favorezca y no nos haga daño. (O)

Luciana Morán Pacheco, estudiante, Quito