En cierta forma, no debería llamar mucho la atención si la Asamblea Nacional condecora a la expresidenta de Argentina, Cristina Fernández. Después de todo, la Asamblea está controlada por un gobierno que ha logrado ubicar al Ecuador entre los países más corruptos del planeta. Parece natural, entonces, que el oficialismo correísta condecore al símbolo de la corrupción latinoamericana. Ya se le erigió una estatua a su esposo –el que, según su propia admisión, entraba en éxtasis cada vez que se acercaba a una caja fuerte–. Una estatua que yace en los jardines del edificio de Unasur quizás como testimonio del fracaso de dicha organización.

Ahora le tocaría, entonces, el turno a su viuda. Al paso que van las cosas, la próxima condecorada debería ser la hija de los cónyuges Kirchner. Hace poco se incautaron varios millones de dólares en fundas de plástico metidas en una caja fuerte de su propiedad. Tal parece que su madre –que no ha tenido empacho en arrastrar a sus hijos por el camino de la corrupción– creyó que ese dinero estaría a salvo si lo colocaba bajo la custodia de su hija.

No es tampoco la primera vez que el correísmo rinde homenaje a la corrupción latinoamericana. La visita que el dictador hizo al expresidente de Guatemala, Otto Pérez, en la cárcel, donde fue a parar luego de haber sido acusado por la Fiscalía de esa nación por sus vínculos con el crimen organizado; las proclamas de admiración a Lula, a pesar de haber sido el centro de la red de corrupción más grande en la historia del Brasil, tal como se acaba de comprobar. Y no se diga la defensa a ultranza de las mafias que hoy gobiernan a Venezuela.

Todos estos gestos de admiración –estatuas, medallas, etcétera– a las cabezas más visibles de la corrupción latinoamericana contrastan con el llamado pacto ético del que tanto se habla como justificación para la consulta popular que el Gobierno prepara con dedicatoria a Guillermo Lasso. ¿Pueden seguir hablándonos de un pacto ético quienes pretenden condecorar nada menos que a Cristina Fernández? ¿Qué hace el exgerente de Petroecuador entonces en la cárcel, si vivimos en un país donde se condecora a una de las líderes políticas más corruptas de Argentina? ¿Es acaso dicho ciudadano un simple chivo expiatorio de un circo de payasos baratos contratados para distraernos?

Estos homenajes a la corrupción de parte de los más altos magistrados reflejan la naturaleza de ellos ciertamente. Sin embargo, lo que esconden estos gestos es lo más grave. Lo que debe ser materia de preocupación es el daño que la corrupción le ha hecho a la institucionalidad del país. La corrupción destruye la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, y sin esa confianza no hay ni democracia ni desarrollo económico posibles. Por ello es que resulta de vital importancia comenzar a debatir seriamente cómo va el país a salir del basurero donde ha sido arrojado una vez que termine la dictadura. (O)