La guerra permanente que sostienen los estados contra las plagas y enfermedades que afectan a las personas, cultivos y ganado está a punto de tener un claro perdedor, la humanidad en su conjunto, pues resulta casi imposible confinar o contener a los patógenos en sus lugares de origen. Los esfuerzos materiales y técnicos para evitar nocivas difusiones han resultado infructuosos, a pesar de los ingentes gastos que los países han realizado, unos más que otros, tropezando con irreversibles realidades como la globalización, el libre tránsito, los flujos comerciales por aire, mar y tierra, convertidos en inevitables detonantes.

Recientemente, un profundo trabajo científico universitario europeo determinó con sorpresa que el devastador hongo causante del mal de Panamá en las plantaciones de banano y plátano tiene la misma y exacta identificación genética, aun cuando haya sido detectado en lugares distantes entre sí (China, Filipinas, Australia, Mozambique, Jordania, Líbano, Omán y Pakistán), donde las medidas cuarentenarias o de control de acceso (exclusión) tienen el carácter de políticas permanentes, con amplio apoyo financiero, pero, al decir de connotados expertos, en la práctica han resultado inútiles frente al ubicuo mal.

En la misma línea, informaciones especializadas revelan que ha sido imposible detener la proliferación de Lobesia botrana, polilla transcontinental del racimo de uva, que llegó a Estados Unidos en el 2009, asomó previamente en Chile en 2008 y luego en 2010 en Argentina, ocasionando enormes pérdidas a agricultores y países, pero, a diferencia del incontrolable mal de Panamá en banano, que nos acecha, sí es posible controlar mediante acciones químicas, biológicas o manejo de cultivo, procurando su erradicación o evitando su expansión, confinando los focos de infección. Otro acontecimiento que destaca la literatura técnica internacional es la presencia, por vez primera en Argentina, de la especie Tetranycopsis horridus, ácaro responsable de la pudrición del avellano, antes solo reportado en el sur de Europa, Inglaterra y Rusia, para luego migrar a California y de allí a Sudamérica.

En nuestro medio, en la campaña pasada, las plantaciones de maíz duro sufrieron el tormento de un ataque viral, nunca antes reportado, que redujo la producción de la gramínea, causando pobreza y ruina crediticia a miles de campesinos, estimándose que fue la propia semilla híbrida importada, sin la debida verificación de resistencia y adaptabilidad de sus parentales, el medio idóneo para la terrible contaminación, ayudada por la presencia de insectos portadores y ausencia de rotación de cultivos.

De allí la necesidad de profundizar o iniciar trabajos de mejoramiento y biotecnológicos hacia la búsqueda de ejemplares resistentes a ese cúmulo de plagas y enfermedades, sumando el aporte de benéficos microorganismos que conviven en el suelo, abundantes en el entorno ecuatorial, que fortalece a las plantas ante los embates continuos de patógenos extraños a nuestra geografía, pero de gran movilidad, presentes en distintos sitios al mismo tiempo, ayudada por las inevitables corrientes migratorias, no obstante las medidas cuarentenarias, de relativo éxito, pero de necesaria ejecución. Esto sería posible si se contase con una férrea voluntad política, desde el liderazgo nacional, que vuelva de atención prioritaria este tema, básico para el futuro creciente de la agricultura ecuatoriana. (O)