La campaña electoral que se avecina será una continuación de las heridas abiertas por la revolución ciudadana en 10 años de un ejercicio abusivo del poder. Vamos a cosechar todas las tormentas sembradas, pagaremos las consecuencias de haber vivido en una polarización continua y siempre al límite de la convivencia democrática. La campaña ahondará incluso más las fracturas frente a un gobierno débil y amenazado con perderlo todo y quedar desguarnecido. Dos temas, en particular, se levantarán como heridas profundas del Ecuador posrevolucionario: la corrupción –que será el gran caballo de batalla– y los odios.

Con tanto dinero que ha circulado por las arcas fiscales; con las comisiones que se reciben y son práctica usual; con el afán depredador del Estado que tienen los ciudadanos –públicos y privados– para enriquecerse de modo fácil (y que bajo este gobierno ha continuado); con un régimen sin controles ni contrapesos institucionales al todopoderoso Ejecutivo, la corrupción será uno de los grandes temas de la transición. Y hay, sin duda, tela donde cortar. El caso de Alex Bravo parece solo la punta de un iceberg. Le acompañan los contratos del Aromo por 1.200 millones de dólares; las ocho hidroeléctricas con una inversión de 6000 millones de dólares; la repotenciación de la refinería de Esmeraldas –a cargo del mismo Alex Bravo– por otros 1.200 millones; las carreteras en todo el país, Yachay –el vuelo más alucinado de la revolución– el gasto en consultorías, becas de investigación, gabinetes ampliados, sabatinas, viajes (para ir de lo grande a lo pequeño). Ahora se vienen las privatizaciones del Banco del Pacífico, de los canales incautados, y la concesión por 30 años de Sopladora. Dinero, mucho dinero, gastado a mano llena. Allí están los derroches inaceptables en el servicio exterior llevados a cabo por el malcriado Ricardo Patiño, tan bien documentados por el excanciller Francisco Carrión. ¿Tampoco de eso hay que preguntar?

La izquierda en América Latina pone el grito en el cielo: ¡campaña ideológica sucia de la derecha para desprestigiarla! como si fuesen unos santos. La izquierda no admite los efectos corruptores del poder. Pero un axioma se cumple casi de modo invariable en cualquier régimen político para agravar la corrupción: tiempo largo en el gobierno –Venezuela es ya la vulgaridad más escandalosa– cantidad de recursos manejados, y control de todas las instituciones del régimen político para impedir el juego de un sano balance de poderes. La izquierda mira hacia otros lugares para encontrar explicaciones, sin aceptar sus responsabilidades ni las consecuencias de sus propias concepciones y actos.

Los resentimientos, los odios fruto de años de polarizaciones, de dividirnos en buenos y malos, en revolucionarios y contrarevolucionarios, patriotas y antipatriotas, limpios y sucios, mediocres e inteligentes, felices y amargados; de rechazar el consenso y apostar siempre al conflicto, de asociar democracia solo con conflicto y antagonismo, aflorarán para mostrar las distancias. Las heridas que deja la revolución ciudadana, con dirigentes sociales perseguidos, organizaciones clausuradas, divididas, golpeadas, medios y periodistas acosados, ciudadanos maltratados, sangrarán durante la transición. Nos esperan duros tiempos políticos en esta transición compleja que ya se ha puesto en marcha en el país. (O)