Desperdiciar tiene dos acepciones, según el Diccionario de la Lengua Española: malbaratar, gastar o emplear mal algo y, también, desaprovechar o dejar pasar una oportunidad.

Así, puede ocurrir con el dinero o la comida, y también con la ocasión o el tiempo, concluye.

Pero me parece que también se pueden desperdiciar otros importantes dones, concebidos como gracia especial o habilidad para hacer algo, según la misma fuente.

¿Qué le parece a usted? ¿Conoce personas que han desperdiciado sus dones? ¿Acaso usted ha desaprovechado los suyos?

Podría convertirse en una interesante, importante y beneficiosa encuesta a realizar con ánimo sereno e imparcial, aunque tratándose del análisis de uno mismo podemos ir a los extremos de autocomplacencia o de rigor. Sin embargo, creo que vale la pena hacerlo o, al menos, intentarlo, con serenidad y valor.

Para los católicos y también para los que desean conocer de religiones, el Catecismo de la Iglesia católica, a partir del número 1.830, se refiere a los dones y frutos del Espíritu Santo y determina a los primeros como sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Los frutos son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad.

Todos ellos pertenecen en plenitud a Cristo, completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben, haciéndolos dóciles para obedecer con prontitud las inspiraciones divinas y así alcanzar sus frutos.

Enfrentados a la demanda de determinar si usamos bien o desperdiciamos nuestros dones naturales, esos que nos fueron dados por los genes de nuestros progenitores, y también los sobrenaturales, para quienes hemos recibido varios sacramentos de la Iglesia católica, nos toca hacer un alto a nuestro diario vivir y pensar sobre el tema.

¡Vale la pena!

Ahora que acaban de ser clausurados los Juegos Olímpicos mundiales, en los que se ha podido apreciar el grado de perfeccionamiento de las destrezas de quienes compitieron con honor e hidalguía, me parece oportuno que tomemos algo del tiempo que todavía nos queda para observar, revisar, analizar y concluir de qué forma y en qué proporción hemos desarrollado todas esas cualidades físicas, intelectuales y morales, de las que hemos sido dotados en nuestra concepción, educación y autosuperación.

¡Vaya tarea! Tal vez necesitemos de quien bien nos conozca y bien nos quiera para cotejar lo que pensamos y sentimos de nosotros mismos con lo que ellos piensan, no sea que nos comportemos como severos o parcializados jueces de nuestra propia conducta.

En todo caso, considero importantísimo que nos planteemos serenamente: ¿He desperdiciado mis dones? ¿Cuáles? ¿Cuándo? ¿Por qué? Y, además, para animarnos: ¿Todavía puedo mejorar? ¿Cómo?

¿Considera apropiado el reto que planteo? ¿Habrá quien lo acepte o todos lo desperdiciarán? ¿Podría iniciarse una nueva etapa, más positiva, de nuestra vida si usamos nuestros dones para hacer el bien?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)